domingo, 4 de junio de 2023

LA UTILIDAD DE LO INÚTIL (Centaurea hyssopifolia)

Hoy conoceremos (y desconoceremos) una planta endémica de nuestros campos, una planta que únicamente los Añoveranos (y habitantes de la reducida franja de poblaciones donde crece) tenemos el privilegio de poder contemplar en su hábitat. Un privilegio, no obstante, reservado únicamente a aquellos que saben que lo tienen. Hablamos de Centaurea hyssopifolia, una planta única que, a pesar de su aparente futilidad, a poco que reflexionemos un poco, tiene mucho que contarnos.

Centaurea hyssopifolia. Añover de Tajo

Esta planta perenne, con hojas de aspecto pulverulento y flores rosáceas, florece de mayo a junio y se puede encontrar en cerros margo-yesíferos del centro peninsular ocupando posiciones abiertas y soleadas. Coloniza sustratos ricos en sulfatos y es toda una pionera en los matorrales gipsófilos, formando parte de las peculiares y exclusivas comunidades de los suelos yesíferos -muy ricos en endemismos- del centro peninsular. Es como si, al encontrar una Centaura hyssopifolia, de pronto, uno cayera en la cuenta de estar en un museo ante una pieza única, un museo inmenso cuyo techo es el cielo soleado, sus paredes el horizonte y donde sus exclusivas obras de arte vivo -nunca mejor dicho- aguardan a la espera de ser descubiertas y admiradas por los visitantes más avispados. No está nada mal para un paseo ¿No creen?

Distribución de Centaurea hyssopifolia

Imaginen la cola de gente esperando entrar en el Museo del Prado: la fila se extiende a lo largo del paseo, desde la entrada hasta la plaza Murillo, bajo un sol moderado a primera hora, que se espera tórrido a mediodía. Los visitantes, una vez dentro, esperan contemplar con sus propios ojos algunas de las exclusivas obras de arte que allí se encuentran y darán por merecida la espera. -Esto es un rollo- se quejan los niños a los que sus padres han obligado a acompañarles. -No sirve para nada- rematan, pensando que podría estar invirtiendo su tiempo en cosas más productivas, como subir de nivel (y de paso de estatus entre sus amigos) en el videojuego de moda o comprándose el bolso que todas sus amigas codician. Otro adolescente, se pregunta qué utilidad puede tener para su futuro como ingeniero esta visita a la que su instituto le obliga a asistir, mientras sopla de aburrimiento para dejar claro a sus profesores su disconformidad. Tampoco falta quien se pregunta, ya adulto, cómo es posible que haya gente capaz de pagar por esto, mientras con una forzada sonrisa, toma la mano de su acompañante: la razón por la que realmente está allí. Nuestros quejicas coinciden en su concepción de la futilidad del arte, del poco valor que tienen las cosas que no tienen un claro valor utilitario. Tampoco hay muchos usos descritos para nuestra protagonista de hoy más allá de su rareza, el de arder cuando se la quema y, probablemente, ser un indicador de suelos pobres, donde la vida se adivina de todo menos fácil.

Un museo sin más techo que el cielo y paredes que el horizonte: Campos de Añover. 

El premio princesa de Asturias de comunicación y humanidades 2023, Nuncio Ordine, en su ensayo “La utilidad de lo inútil” del que he tomado el título de esta entrada, nos invita a reflexionar, precisamente, sobre este punto que comparten nuestra protagonista de hoy, Centaurea hyssopifolia y el arte; a saber, su aparente inutilidad. Ordine, a través de una serie de textos clásicos, nos advierte de que el valor de las cosas va mucho más allá de su propósito utilitarista y el beneficio económico que pueda reportar, y considera que es útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores, también reflexiona sobre el antiguo y común error del que ya nos advirtieron los estoicos en la pluma de Séneca: el de valorar a las personas por los hábitos que visten y no por lo que son. Una advertencia sobre el peligro de la mercantilización de la educación, que convierte a los alumnos en clientes; de la ciencia, que desdeña la investigación básica; y la cultura, que se restringe al consumo de masas, llevándose en el proceso la dignidad de las personas por delante. Un manifiesto, en definitiva, en favor del valor de lo inútil que nos hace mejores humanos.


En la misma línea, y tomando como base, ya no solo las enseñanzas clásicas, sino una lectura de la estadística en el marco del escepticismo empírico moderno, Taleb, en los libros que componen “Incerto” nos advierte a lo largo de su obra de las consecuencias desastrosas de olvidar las consecuencias de “lo que no sabemos que no sabemos” en una inapelable refutación, basada en los límites del conocimiento, a los planteamientos utilitaristas que pueden desembocar, precisamente, en un desastre desde el punto de vista utilitarista; para muestra, desde las advertencias de Solón a Criso en la antigua Grecia hasta la crisis económica de 2008. Weinstein y Heying en su “Guía del cazador-recolector para el Siglo XXI” llegan a la misma conclusión con las consecuencias de los efectos iatrogénicos no esperados de la supresión de estresores que, a priori, podría parecer útil y buena. Idea que se puede resumir en la famosa frase de Chertestón: “Nunca quites una valla hasta que sepas la razón por la que fue colocada”. Pero esto da para otra entrada y me lo guardo para el futuro que luego me dicen que me enrollo mucho.


En mi búsqueda de información sobre nuestra protagonista, apenas he encontrado un artículo que confirma el adelanto de su floración con la sequía y generalidades sobre sus adaptaciones a ambientes con estrés hídrico como el de nuestros campos: nada que no comparta con otras especies propias de climas secos; por lo que no puedo decir más que, aparte de su rareza y singularidad, gran parte de los posibles conocimientos sobre Centaurea hyssopifolia se encuentran en la zona de lo que no sabemos y, probablemente, la gran mayoría en la inmensa zona de lo que no sabemos que no sabemos. En definitiva, nuestra singular amiga es un misterio. Un misterio único que pocos tienen la suerte y oportunidad de contemplar y entender. Un misterio -pensé, influido por el símil del museo- como la sonrisa de la Gioconda, solo que más nuestro, más exclusivo. Nuestro campo, ese museo natural con el cielo y el horizonte como límites, no solo esconde piezas únicas y más o menos bellas, también esconde misterios aun por resolver; un vasto campo de posibilidades en la zona de lo que no sabemos, más vasto aun en la zona de lo que no sabemos que no sabemos. 

Centaurea hyssopifolia.

Así que ya sabéis. Si en vuestros paseos por el campo os encontráis con esta vecina de flores compuestas rosadas, sabed que os encontráis ante una planta que muy pocos tenemos el privilegio de encontrarnos, un endemismo que es de los primeros en colonizar los, tan difíciles para la vida, pero aun así biodiversos, suelos yesíferos que habitamos, cuyo desconocimiento y falta de uso general puede hacernos meditar sobre la utilidad de lo inútil y la importancia de lo que no sabemos, mientras nuestra imaginación vuela y convierte los caminos en los pasillos de un majestuoso y exclusivo museo de obras vivas, sin más techo que el cielo ni más paredes que el horizonte. No está nada mal para un paseo ¿Verdad?




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