sábado, 1 de julio de 2023

¿SE NACE O SE HACE? NATURALEZA Y CULTURA. (RANA TÚNGARA)

En los cálidos crepúsculos centroamericanos, tras la caída del sol, los machos de la rana túngara (Engystomops pustulosus) inflan su enorme saco bucal y empuja el aire a través de una caja de resonancia más grande que su cerebro. El resultado es un croar que recuerda al sonido de una sirena o al de los videojuegos de los 80. A continuación, el macho añade uno o más adornos breves, llamados chasquidos. Una invitación al amor para las hembras.




La hembra, exigente, compara los sonidos y los chasquidos de los distintos machos y permitirá fecundar sus huevos al macho cuyo canto le resulte más atractivo. El atractivo del canto del macho está directamente correlacionado con el número de esos chasquidos: El macho que adorna con ellos su canto resulta hasta 5 veces más atractivo que los pretendientes que no los emiten. Así mismo, los chasquidos más graves, son preferidos a los agudos. La relación es clara: Cuantos más chasquidos, más atractivos y si esos chasquidos tienen una frecuencia de 2.130Hz, justo por debajo de la frecuencia dominante de los chasquidos medios, más probabilidad de éxito para Don Juan. Si eres una rana túngara, no cabe ninguna duda, los chasquidos son sexys, aunque unos más que otros.

Si estudiaras el oído interno de las hembras, encontrarías que su oido es especialmente sensible a la frecuencia de 2.130Hz. Esta frecuencia es más fácil de alcanzar por los machos más grandes y con capacidad de fecundar más huevos, por tanto, parecería que la evolución ha favorecido que el oído de la hembra sea sensible a esta frecuencia, dado que preferirla entre la variedad de cantos, redundaría en una probabilidad mayor de dejar descendencia. Esto es: primero, los machos más apuestos cantan en una frecuencia determinada y después, el oído de las hembras cambian para detectarlos. Parece factible, pero hay una sorpresa: No puede ser más erróneo. Y esta sorpresa viene de la mano de unos parientes cercanos que emiten cantos más recatados y sin adornos: La rana túngara Tsáchila.


La rana túngara Tsáchila (Engystomops coloradorum) es una especie no chasqueante de rana túngara, por lo que se esperaría que las hembras de esta especie no mostraran ninguna preferencia a los chasquidos. Pero resulta que si grabas el canto del macho y le añades los chasquidos de su pariente chasqueante, las hembras de la Tsáchila muestran una significativa preferencia por los sonidos recombinados (unos sonidos que no habían oído nunca antes) Los chasquidos a 2.130Hz, a pesar de ser desconocidos para ellas, también les resultan irresistibles. Es decir: Los oídos de la rana no cambiaron para estar en sintonía con una llamada que puede corresponder a los machos más fértiles, en realidad, era justo al contrario: los oídos de los antepasados de la rana ya estaban sintonizados a la frecuencia de 2.130Hz. y los chasquidos de los machos evolucionaron aprovechando este sesgo.

Las preferencias estéticas de las hembras son primero. Las llamadas de los machos, adecuándose a las preferencias de las hembras, cambian después.
  
T+:Macho chasqueante; T-; Macho no chasqueante.
P+: Preferencia de la hembra por el chasquido.


Este fenómeno, que describe como los individuos evolucionan para responder a una preferencia preexistente, es bastante común en la naturaleza y se lo denomina “explotación sensorial”. También se da en los humanos y puede llegar más lejos de lo que podáis pensar. Tal vez os preguntéis ¿Que tiene que ver una rana conmigo. Todo un Homo Sapiens con el cerebro en la cumbre de la pirámide? Pues seguid leyendo, seguro que os sorprenderá el siguiente ejemplo: La evolución del osito de peluche

Konrad Lorenz, considerado uno de los fundadores de la etología moderna, afirmaba que los animales adultos presentan lo que él llama “instinto infantil” y se sentían particularmente atraídos hacia los individuos en fase de crianza, a los que tienden a proteger y cuidar, que comparten ciertos rasgos comunes: Cabeza grande, frente alta, ojos grandes, nariz pequeña y patas cortas.

 

El osito de peluche original tenía patas largas y nariz puntiaguda, sin embargo, con el tiempo,  sus narices se fueron volviendo más chatas y sus frentes más altas; de modo que evolucionaron para parecerse cada vez más a los rasgos descritos por Lorenz. Sorprendentemente, los bebés no muestran preferencia por los rasgos infantiles, pero sí la muestran los adultos, siendo estos últimos los sometidos a la explotación sensorial y, por qué no decirlo, comercial. Todo un ejemplo de la implicación de los mecanismos biológicos subyacentes en algo tan aparentemente cultural como la forma de un juguete. Seguro que, tras conocer esto de la explotación sensorial, miran con otros ojos el éxito aparentemente inexplicable de esos muñequitos cabezones llamados funko-pops.


Pero volvamos con las ranas, pues no es oro todo lo que reluce. Adornar los cantos con chasquidos parece una gran ventaja evolutiva: energéticamente tienen un coste muy bajo y multiplica por cinco las posibilidades de reproducción; por consiguiente, los machos deberían emitir tantos chasquidos como pudieran y cuanto más tiempo, mejor. Sin embargo, los machos de la rana túngara se muestran reacios a introducir chasquidos en sus cantos: aunque los más animosos pueden emitir hasta siete, la mayoría, emiten solamente uno o dos. A veces, incluso, las hembras -para quienes los chasquidos son tan deseables- golpean al macho reticente, que no emite ninguno, hasta que cede ¿Por qué parecen los machos tan reacios a emitir chasquidos?

La respuesta podemos encontrarla en otra especie: El murciélago de labios de flecos. Este murciélago, al igual que las hembras de la rana túngara, se siente especialmente atraído por los chasquidos de los machos, pero por otros motivos no tan celebrados como el amor; digamos, que va directamente al banquete: Las hembras oyen un galán irresistible, los murciélagos oyen un apetitoso festín. 


Estos murciélagos, presentan un subconjunto de neuronas sensibles a la baja frecuencia del croar de la rana, como si hubieran añadido un modulo especial detector de ranas a su hardware de serie. No resulta extraño que los machos de la rana túngara, enfrentados a una difícil disyuntiva, sean tan reticentes a adornar su canto con chasquidos: Los chasquidos atraen a la vez a las hembras y a la muerte. No se me ocurre, en un marco evolutivo, decisión más comprometida.

Resulta asombroso considerar como estas especies se han entrelazado y forjado sus relaciones: Una rana ancestral desarrolla unos oídos que favorecen las frecuencias de 2130Hz. Los machos de rana túngara, aprovechan esta preferencia añadiendo chasquidos a sus cantos. Los murciélagos de labios de flecos, se sirven de un subconjunto de neuronas específico, capaz de detectar las bajas frecuencias de los chasquidos -inusualmente bajas para un murciélago- para detectar los chasquidos y procurarse el sustento. Un ejemplo de como la evolución entrelaza preferencias y comportamientos en los animales, unos conceptos que los humanos bien podríamos llamar, belleza y cultura.

La percepción de algo bello o la comprensión de una información se forma en el cerebro, pero antes, la esencia de la belleza o la información, debe pasar por un proceso de transducción a respuestas neuronales por parte de los órganos sensoriales del sujeto (ojos, orejas, narices…) Estos son los portales a través de los cuales las sensaciones llegan al cerebro. Como hemos visto en nuestro ejemplo, los órganos sensoriales de las especies -incluida la humana- están calibrados para ser más sensibles a unos estímulos que a otros y desarrollan sus preferencias estéticas y comportamiento a partir de sus propios sistemas sensoriales.

Nuestros sistemas sensoriales, por tanto, están en la base de nuestras preferencias estéticas y también culturales.


Puede que algún lector, llegado este punto, tuerza el gesto. ¿No nos bombardean continuamente con la idea de que el comportamiento está determinado por la cultura? Es un debate que viene de antiguo y se remonta, al menos, a la antigua Grecia. Protágoras de Abdera, conocido por su celebérrima frase “El hombre es la medida de todas las cosas”, fue de los primeros (al menos, en dejarlo por escrito) en tomar una perspectiva que cuestionaba la idea de una naturaleza fija humana y sugerir que el hombre es, en gran medida, moldeado por su entorno y experiencias. Desde entonces, se han escrito ríos de tinta en un debate enconado sobre la pregunta de si un comportamiento observado se debe a la naturaleza o a la crianza, o si un determinado rasgo nace o se hace. Debate que llega hasta nuestros días con profundas implicaciones en el planteamiento de políticas sociales. 

De un lado del ring, el innatismo, que sostiene que ciertos rasgos del ser humano como la personalidad, habilidades cognitivas y predisposiciones, son innatos y están predeterminados por la biología. Esta teoría defiende que las características básicas y esenciales del ser humano están presentes desde el nacimiento y son productos de la herencia biológica. Esta postura estará en la base de la gramática universal de Chomsky y la teoría de la mente.

Del otro lado, el ambientalismo, que sostiene que el desarrollo y formación del ser humano se ven principalmente influenciados por el entorno, la educación y la experiencia; enfatizando así la importancia de la cultura, la crianza y las interacciones sociales en la configuración de la naturaleza humana. Esta postura estaría en la base de la tabula rasa de Locke y el conductismo de Skinner.

¿Quien lleva razón? ¡Vaya jaleo! 

La literatura científica está llena de ejemplos de como las características innatas y mecanismos biológicos de los animales, incluidos nosotros, influyen en todos los aspectos de nuestra vida, desde el desarrollo individual de un canto, hasta la forma de los ositos de peluche que fabricamos para enternecernos. También abundan los ejemplos de la importancia decisiva de la influencia de los factores culturales y ambientales. Como el famoso caso del niño salvaje Victor de l´Aveyron, encontrado en Francia en 1797 y que vivió aislado durante su infancia sin contacto con humanos. El médico que intentó enseñarle a hablar y que aprendiera las normas sociales, terminó frustrado y nunca consiguió que adquiriera más que rudimentos del lenguaje ni que adoptara un comportamiento aceptable por la sociedad de su tiempo. Lo que constató la importancia de la educación, contacto social y el ambiente en edades tempranas; así como dejó patente la existencia de límites. (Si bien, algunos postulan que Victor, en realidad, era autista)


Como suele ser común en estas luchas de teorías que parecen contradecirse, la realidad acaba imponiéndose en una línea difusa entre los extremos capaz de, sino explicar, al menos conciliar ambos, siendo las más aceptadas aquellas que reconocen la existencia de predisposiciones innatas configuradas por la herencia genética en un marco de plasticidad neuronal, susceptibles, en mayor o menor grado, de ser influenciadas por las experiencias y el ambiente. Un ejemplo clásico para ilustrar estas posturas es la de una persona con la dotación genética necesaria para ser alto, pero que mal alimentado, jamás llegará a serlo o viceversa, una persona con una dotación de genes que le hacen ser baja, no conseguirá ser más alta que el límite impuesto por la genética, por más que coma.

Nuestra rana túngara nos ha iniciado en un viaje que partió de preguntarnos por la variedad, evolución y origen de sus cantos para terminar con el candente debate que aun llega a nuestros días sobre las causas de nuestros comportamientos resumido en la frase ¿Nace o se hace? Con tanta influencia e importancia hoy en día en el planteamiento de políticas sociales. en el camino hemos parado en las estaciones de las preferencias biológicas que determinan los gustos sociales y en la importancia de la educación y cultura en el desarrollo del comportamiento. 

Si lo he hecho bien, tendrán ustedes más dudas que antes y tomarán con extrema cautela las afirmaciones de quienes sostienen que todo es un constructo social que puede solucionarse educando en las más variadas ocurrencias para justificar sus prejuicios; así como a quienes hacen lo propio, apoyándose en una interpretación errónea y sesgada de la biología. No es asunto baladí: Las peores atrocidades documentadas de la humanidad se han justificado por los representantes de uno u otro extremo.

Termino, no sin posicionarme en este debate para que nadie me acuse de tirar la piedra y esconder la mano. Para ello hago mía la frase que recoge Frans de Waal en su libro “Diferentes”: 
“Preguntarse si un comportamiento observado se debe a la naturaleza o a la crianza, es como preguntarse si los sonidos de percusión que oímos en la distancia son producidos por un tambor o por un percusionista”.
Y es que, como aprendimos leyendo a Robinson Crusoe enfrentándose a sus contradicciones: Optar de manera radical por uno de los polos es un error. Solo en el conflicto entre opuestos nos es dado capturar algún destello de verdad.







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