lunes, 19 de febrero de 2024

ID DE FLOR EN FLOR Y NO DE MIERDA EN MIERDA (Macroglossum stellatarum)


Macroglossum stellatarum
(Foto cedida por Gustavo Javier Álvarez Vázquez)

A finales de febrero, el invierno cede ante una primavera que no tardará en llegar; el almendro, de los primeros en florecer, atrae a los polinizadores que aprovechan los precoces días de temperaturas suaves para recobrar la actividad. Los paseantes, aunque sin guardar la rebeca, rescatamos la manga corta del fondo del armario, en campos y jardines despiertan las primeras flores, las flores se colman de néctar y el aire se salpica de vuelos y libaciones. Hoy os quiero presentar un animal de especial belleza que ya podemos encontrar en nuestros paseos: el Macroglossum stellatarum o Esfinge colibrí. Un animal bello, capaz de embellecer lo bello y que, como otros polinizadores, tiene una historia que contarnos. 

Los lepidópteros de la familia Sphingidae, o esfinges, toman su nombre del parecido de la pose de sus orugas, con cabeza y tórax erguidos, a las famosas estatuas egipcias que guardan el camino a los templos o al animal fantástico que aterrorizaba Tebas y fue vencido por Edipo en un duelo de singular ingenio. El nombre vernáculo de nuestra protagonista de hoy “esfinge colibrí", hace referencia al parecido de su vuelo con el de los colibríes y, además, su nombre científico hace referencia a dos cualidades características de su género y especie, pues Macroglossum significa "Lengua larga" y stellatarum hace referencia al género de plantas Stellaria, del que su larva gusta de alimentarse.


A diferencia de otros esfíngidos, familia predominantemente nocturna, nuestra mariposa de hoy es de hábitos diurnos, razón por la que podemos admirar la belleza de su vuelo en nuestros paseos por el campo o sesteando en el jardín; aunque, sin duda, merece mayor admiración por una de las cualidades que comparte con otros tantos insectos: el ser un gran polinizador. Su vuelo no solo deleita nuestros ojos y embellece nuestros paseos, también lleva la vida de flor en flor, fecundándolas con sus libaciones y propiciando su fructificación. 

Si alguien quiere conocer el significado de renacer, no hay mejor forma que un paseo por el campo a finales del invierno cuando el campo reverdea, los almendros florecen y los insectos despiertan. Uno no puede evitar pensar en Perséfone preparando el viaje a la superficie y la alegría contenida de Deméter que empieza a desbordarse por los campos mientras anticipa el abrazar de nuevo a su hija: Un verdadero Renacimiento; renacimiento que dejaría mucho que desear sin el trabajo de los polinizadores, que, libando de flor en flor, aseguran las semillas de la próxima primavera.


La importancia ecológica (y económica) de los polinizadores actualmente está fuera de toda duda, estimándose en algunos estudios que el 75% de los 111 principales cultivos agrícolas dependen en mayor o menor grado de los animales para la polinización. La almendra en que se convertirá la flor que liba nuestra amiga de la foto, podremos comerla gracias a ella y esto es algo que ya sabían los antiguos y sobre lo que incluso dejaron escritos consejos morales. Recuerdo la frase con la que el Padre Arias nos amonestaba cada vez que nuestra curiosidad infantil nos hacía meter la nariz donde no debíamos, o nuestra ignorancia frecuentar malas compañías: “Sed como las abejas que van de flor en flor, y no como las moscas que van de mierda en mierda”. Un consejo que, peinando canas, he dado en más de una ocasión a mis propios hijos y que bien podría decirse refiriéndose a nuestra esfinge colibrí: “Sed como la esfinge colibrí que va de flor en flor…”

Aconsejar a la juventud con metáforas de polinizadores no es de ahora. Ya Francesco Petrarca, quien inició el renacimiento y padre del humanismo, hace referencia en su carta 8 del libro I de sus epístolas familiares a Virgilio, autor de las bucólicas, para escribir a un joven que le pide consejo:  
“Estas explicaciones son las que he tenido a bien darte sobre la imitación de las abejas, a ejemplo de las cuales, de todas las cosas que te salgan al paso, guarda las más exquisitas en la colmena de tu corazón, adminístralas con el mayor cuidado y conservadlas con tesón de modo que ninguna si es posible se te pierda. Y ten cuidado no vaya a ser que dentro de ti continúen demasiado tiempo siendo iguales que las cosechaste: ninguna gracia tendrían las abejas si no transformaran lo que encuentran en otra cosa mejor.”
El renacimiento marca el fin de la edad media y el inicio de la edad moderna. El redescubriendo de los textos y valores de la cultura clásica griega y romana supuso el abandono paulatino de la mentalidad dogmática de la edad media por una visión más libre del mundo y la naturaleza: Cicerón, Séneca, Virgilio, Lucrecio… fueron las flores que libaron Petrarca, Dante, Bocaccio y tantos otros primeros humanistas; el dogmático invierno medieval dio paso a la primavera renacentista. Petrarca se veía a si mismo como una abeja de flor en flor (de clásico en clásico) y aconseja guardar las cosas más exquisitas “en la colmena del corazón”, pero no guardarlas eternamente inamovibles, como el avaro su pecunia bajo el colchón, sino que lo conmina a que lo transforme en algo mejor: En miel como la abeja, dice Petrarca; en frutos, como nuestra esfinge, añado yo.



Así que ya sabéis, si en vuestros paseos en un día soleado de finales de febrero, ante el reverdear del campo y las primeras flores veis una mariposa hipnótica, con un vuelo parecido al del colibrí que va libando de flor en flor, sabed que estáis ante la esfinge colibrí, un gran polinizador que, al igual que los primeros humanistas, va de flor en flor, transformando el néctar en fruto para alumbrar el Renacimiento. No esta nada mal para un paseo ¿Verdad?
    

Referencia: https://www.revistaecosistemas.net/index.php/ecosistemas/article/download/1394/1115

sábado, 29 de julio de 2023

LAS PLANTAS TAMBIÉN LLORAN, CARPE DIEM. GORDOLOBO (Verbascum spp.)

Hoy conoceremos una planta que podemos encontrar creciendo al borde de los caminos de nuestros campos, que ha tenido múltiples usos tradicionales, incluso para pescar, y que nos puede inspirar, como no, una reflexión sobre la condición humana. Estoy hablando del Gordolobo o Verbasco.

Este género de plantas (coloquialmente llamadas gordolobos) comprende entre 300-325 especies distribuidas por el hemisferio boreal y, aunque el género es relativamente fácil de reconocer, la identificación de las especies (con frecuencia híbridos) es algo difícil, por lo que, aunque yo diría que el ejemplar encontrado en nuestros campos de las fotografías podría ser Verbascum sinuatum, albergo importantes dudas sobre algunos caracteres diagnósticos y bien podría equivocarme; razón por la cual en el título de esta entrada hago referencia al género. Si algún lector con más conocimientos que yo en la identificación de las especies de este género puede arrojar luz, bienvenido sea.

Pío Font Quer, nos cuenta sobre esta especie que en catalán la llaman “la llorona y resentida” pues poco después de golpearle el tallo, van desprendiéndose sus flores abiertas una a una, como si fueran lágrimas que llorara resintiéndose del golpe. Si os fijáis bien en la foto, podréis ver algunas flores de nuestra protagonista de hoy en el suelo, probablemente, la he pillado llorando un golpe del destino.

Las llamativas flores del gordolobo contienen mucílagos y saponinas, por lo cual, se han usado en resfriados, para la tos y como expectorantes suaves, especialmente en tisanas. Además, son usadas en jardinería por su belleza, las flores de nuestro ejemplar en cuestión, combinan el púrpura y oro, combinación de colores representativos de la belleza por excelencia, que ya comentamos en una entrada anterior. Ya veis, uno sale al campo con la intención de disfrutar de la biodiversidad que le rodea y, al poco, se encuentra evocando el desconsuelo de la belleza ante los infortunios del destino.


Otros usos tradicionales registrados son: como antiinflamatorio, para curar cortes o llagas, tranquilizante, otitis, como amuleto de la buena suerte, mecha de candiles, para fabricar escobones y como insecticida -se ha demostrado la presencia de rotenona en las hojas de verbascum thapsus-. Esta planta, como es habitual con este tipo de plantas milagro, es tóxica; esta toxicidad ha sido utilizada para embervascar las aguas, una practica prohibida actualmente consistente en triturar las plantas y esparcirlas en los remansos de aguas con la intención de intoxicar a los peces, que quedan atontados al disminuir su captación de oxígeno, y poder cogerlos fácilmente; a pesar de la prohibición, hay registros de su uso como ictiotóxico a principios del S. XXI. Si bien, se considera una práctica abandonada. 

Las plantas como el gordolobo, de amplia distribución, que crecen al borde de caminos, sobre cualquier sustrato y a las que se les ha dado múltiples usos; ya sea como fármacos o venenos, como útiles prácticos, amuletos o como parte de rituales -uno de sus nombres es el de pruebayernos, pues cuentan que los futuros suegros, aprovechando que es una planta que enraíza bien y se agarra fuerte a la tierra, llevaban a los pretendientes de su hija a tirar de la planta para arrancarla y, en caso de que fracasar, eran descartados- siempre me han parecido viajeras, por su cosmopolitismo y afinidad a los caminos; y versátiles, por la variedad de usos que se le da en las diferentes culturas donde crece. Todas unas aventureras, en un viaje lleno de experiencias con destino desconocido e incierto: ser cultivadas y mimadas por su belleza, apaleadas por ver caer sus pétalos, arrancadas por probar la fuerza de un joven en un rito de iniciación, descuartizadas por coger peces o guardadas con reverencia como amuletos confiando en su protección.
 

Esta percepción de la vida como un largo viaje en el que estamos a merced del azar, la fortuna, los hados, los dioses, el destino (o el caprichoso uso que hagan de ti los humanos donde te ha tocado vivir) cuyo fin es incierto y no podemos decir la última palabra sino en el día de nuestra muerte, quizás sea -con permiso del amor- uno de los conceptos más tratados en la mitología, filosofía y literatura. Un concepto fractal, aplicable a todas las escalas de la condición humana, que puede utilizarse como símil tanto en algo tan amplio como una vida entera, como en algo tan concreto como un proyecto, un trabajo, un matrimonio, unas vacaciones o un paseo por el campo. Se han escrito ríos de tinta sobre cómo afrontar la incertidumbre, el desasosiego que causa y alcanzar el éxito. Una montaña de libros, muchos de ellos -hay que decirlo- falaces, cuyo eje rector es el camino para encontrar el éxito, un éxito que presupone que al final de la aventura nos aguarda un codiciado tesoro, obviando, todas aquellas veces que llegamos al destino, solo para descubrir que la cámara del tesoro se encuentra vacía. Seguro que no debe esforzarse mucho el lector para encontrar ejemplos de ricos que no pueden comprar lo que desean, jefes esclavizados por el trabajo, jóvenes que después de comprar el último modelo de teléfono ya están deseando el próximo, esas esperadas vacaciones que, al final, resultaron ser un calvario o, simplemente, ese carísimo restaurante de moda, que al final no era para tanto… Y entre todo este mar de incertidumbre, un poeta, nos da la clave para afrontarla, no perdernos entre tesoros falaces, ni hundirnos en el desasosiego. 

El bellísimo poema de 1911 del poeta griego Constantino Cavafis, Itaca, del que reproduzco aquí un fragmento; usa el mito del ingenioso Ulises volviendo a su hogar, el mito del viaje por excelencia, para advertirnos sobre la ilusión de esperar que la meta nos aguarde con tesoros: La riqueza la encontraremos en el camino.

“Ten siempre a Itaca en tu mente.

Llegar allí es tu destino.

Más no apresures nunca el viaje.

Mejor que dure muchos años

Y atracar, viejo ya, en la isla, 

Enriquecido de cuanto ganaste en el camino

Sin aguardar que Itaca te enriquezca.


Itaca te brindó tan hermoso viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene ya nada que darte.


Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. 

Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, 

Entenderás que significan ya las Ítacas”

Tras una apología de la lentitud, que ya tratamos en la entrada anterior dedicada a La mosca asesina, Cavafis, nos dice que la meta es solo importante como acicate para iniciar el viaje, un viaje que debemos emprender sin miedo, hacia un destino que no debe importarnos hallar pobre, pues una vez lleguemos, comprenderemos que nos hemos enriquecido en el viaje. Un poema que nos brinda, en definitiva, un buen antídoto ante el desasosiego de la incertidumbre, induciéndonos a atesorar las experiencias que están a nuestro alcance: No hay que esperar de la meta más tesoros que las experiencias vividas para alcanzarla. “Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás que significan ya las Itacas”. También nos proporciona un buen método para identificar las abundantes falacias sobre el éxito que abundan en nuestros días: desconfiar de los que aseguran que el valor de Itaca está en sus riquezas. Un pensamiento que Epicuro, el genial filósofo clásico de la isla de Samos, seguramente refrendaría. -¿Qué haces fiando tu felicidad en un futuro azaroso e incierto que no puedes controlar?- Imagino que diría -Disfruta de aquello que de ti depende pues no tiene otro amo, y atesora las riquezas del momento-. O, como en la misma línea, Horacio, el epicúreo poeta romano nos dejó en los últimos versos de su oda a Leuconoe: “Carpe diem, quam minimun credula postero” -Aprovecha el día, y confía mínimamente en el futuro-

Así que, ya sabéis, si en vuestros paseos os encontráis al borde del camino con esta planta esbelta, bien arraigada en la tierra y de hermosas flores amarillas con estambres púrpuras; sabed que se trata del Verbasco o Gordolobo, una planta con una gran historia de usos a sus espaldas, aunque ahora abandonados, y que puede hacernos reflexionar sobre el desconsuelo de la belleza por los infortunios del destino. Infortunios que poco importan, en realidad, pues no dependen de nosotros y siempre podemos enfrentarlos con la alforja llena de valiosas experiencias atesoradas por el camino. Poco importa que al final Itaca sea pobre, pues nosotros llegaremos ricos. Y es que, de un paseo por el campo, con la actitud adecuada, uno nunca vuelve con las manos vacías. Carpe Diem.



sábado, 15 de julio de 2023

LA MOSCA ASESINA Y APOLOGÍA DEL LENTO (Coenosia attenuata)

Hoy os presentaré un animal que podría estar a la altura de Flash, el conocido superhéroe de DC cómics famoso por su velocidad. Oriunda del mediterráneo, nuestra protagonista de hoy es una gran aliada del hombre en el control biológico de plagas y una cazadora con unas habilidades sobrecogedoras que le han valido el sobrenombre de “mosca tigre” o “mosca asesina”. Se trata de Coenosia attenuata.

Esta mosca, acecha a sus presas desde su posadero y comenzará la persecución de cualquier insecto que se vea capaz de dominar (incluidas otras moscas asesinas más pequeñas). Durante la persecución estira las patas y, en cuanto toca a su presa, las cierra de golpe a modo de jaula; a continuación, vuelve a tierra con su víctima y le clava su probóscide en forma de puñal para digerirla. La caza dura, por término medio ¡Ojo al dato! un cuarto de segundo; a veces, la mitad. La mosca tigre caza a sus presas en menos de lo que dura un parpadeo humano. Para nuestra amiga de hoy, la velocidad lo es todo.

Cazar a esa velocidad requiere de una visión igual de rápida, y es en este punto donde nuestra amiga de hoy es aun más impresionante debido a que sus ojos presentan los fotorreceptores (moléculas a las que debemos la visión) más rápidos conocidos del mundo animal: Cuando la luz llega a los fotoreceptores de los ojos de Coenosia attenuata, estos envían señales eléctricas al cerebro y el cerebro envía señales a los músculos en tan solo 6-9 milisegundos. ¡Eso si que son reflejos! En comparación, el ser humano tarda entre 30-60 milisegundos solo en el primer paso: Si estuviéramos compitiendo por una presa con ellas, la mosca estaría en pleno vuelo antes de que nosotros seamos conscientes de haber visto algo moverse. Imagina tirar al plato al lado de alguien que es capaz de dispararlos antes de que tu seas capaz de verlos siquiera: ¡Te parecería que ya salen rotos por los disparos de tu contrincante!. Impresionante ¿Verdad? pues aun hay más.

La mosca tigre también es capaz de actualizar su visión enormemente rápido. Imagina que estás viendo un pase de diapositivas de un corredor tomadas cada poco tiempo y que cada vez pasan más rápido, llegará un momento en que no distinguirás las diapositivas y verás una película continua de un hombre corriendo, como en el cine. El punto en el que las imágenes estáticas se funden y se empieza a percibir la ilusión de un movimiento continuo se denomina frecuencia crítica de fusión del parpadeo (CFF, por sus siglas en inglés) es una medida de lo rápido que el cerebro puede procesar la información visual y se mide en Hercios (Hz) o fotogramas por segundo. Para los humanos, el CFF es de unos 60 Hz, para la mayoría de las moscas es de unos 350 Hz. (Casi 6 veces mayor) Esto supone que, a ojos de una mosca, una película humana parecería un pase de diapositivas. ¿Pueden estas diferencias en la velocidades visuales influir en la percepción del tiempo? Es muy probable, aunque no sabemos como siente una mosca, a través de sus ojos el mundo debe parecer moverse a cámara lenta.

Cualquiera puede pensar que capturar una mosca con tales dotes, si es que es posible, requeriría una velocidad extraordinaria ¿Cómo se puede ser más rápido que Flash? La respuesta es tan simple como anti-intuitiva: La solución no está en ser lo suficientemente rápido, sino lo suficientemente lento. En efecto, si uno se acerca lo suficientemente lento a quien es tan rápido que ve el mundo a cámara lenta, se convertirá en una simple parte más del entorno. Para atrapar una mosca tigre, solo tienes que acercarte con un vial lo suficientemente despacio.


Acostumbrados, como estamos, a elogiar la rapidez en un mundo que va, cada vez, más deprisa (Citius, Altius, Fortius) seguramente, el lector se haya sorprendido al descubrir que nuestro atributo más valioso para dar caza a uno de los animales más rápidos del planeta sea la lentitud. Lo cierto es que gracias al gusto de los humanos por los discursos teleológicos -Seguramente a consecuencia de un cerebro extraordinariamente plástico, al que le encanta buscar patrones y no soporta la incertidumbre- nos es muy fácil olvidar que la evolución actúa por azar, sin ningún propósito, y que los seres vivos que tienen éxito en la lucha por la supervivencia no tienen porque ser ni los más rápidos, ni los más altos, ni los más fuertes. La lentitud puede ser una gran virtud en el contexto adecuado y Niestzche, el influyente filósofo alemán del siglo XIX, supo verlo hace 137 años: 

Nietzsche, en el prefacio, publicado en 1886, de su obra titulada Aurora - Una colección de aforismos con la que pretende hacernos reflexionar sobre la ilusión de los valores morales, los prejuicios y la hipocresía generadas por el conformismo de su tiempo- hace todo un elogio a la lentitud:

“Este prologo llega tarde, aunque no demasiado, ¿Qué son, a fin de cuentas, cinco o seis años? Un libro como éste, un problema como éste, no tiene ninguna prisa; además, lo mismo yo que mi libro somos ambos amigos del lento. No por nada ha sido uno filólogo, y tal vez aun lo sea, esto es, maestro de la lectura lenta -Al final acaba uno escribiendo también lentamente- Ahora forma parte no solo de mis hábitos, sino también de mi gusto - ¿Un gusto perverso, tal vez?-, no escribir jamás nada que no lleve a la desesperación a toda esa gente que tiene prisa”. 

Sorprende que no haya cambiado mucho la percepción de la sociedad desde entonces, Nietzsche nos cuenta que vivía en la era (¡Ojo! Hace 137 años) “de la precipitación, de la prisa indecente y sudorosa que pretende acabar todo de inmediato”; no me cabe la menor duda que cualquiera de nosotros suscribiría estas palabras en nuestra época actual y, quizás, se nos escaparía una sonrisilla condescendiente al imaginarnos al filósofo expuesto a la velocidad de nuestros días - Si aquello te pareció rápido, Friedrich, en el siglo XXI lo vas a flipar -. 

Nietzsche se propuso socavar los pilares de una sociedad donde la velocidad, la prisa, se imponía como un valor fundamental; quería, si me permiten la metáfora, abatir a la mosca asesina: Una sociedad de prisas y altas velocidades donde el hombre, convertido en un náufrago en un mar de normas y conceptos consolidados que pocos ponían en duda, solo podía aspirar a la deriva y la muerte. Para ello; consideró a la palabra su vial y la lentitud, la mejor forma de abordarla:

“La filología es ese arte venerable que exige ante todo una cosa de quienes la admiran y respetan: situarse al margen, tomarse tiempo, aprender la calma y la lentitud (…) y nada logra si no es con tiempo lento”.

Así que, ya sabéis, si en vuestros paseos os topáis con esta mosca oriunda del mediterráneo, quizás recordéis que la extraordinaria velocidad de su visión le permite ser una cazadora temible, capaz de atrapar a su presa, literalmente, en un parpadeo; como el superhéroe más veloz, Flash, puede ser una gran aliada nuestra, ayudándonos en el control de plagas y cuya mejor forma de atraparla, paradójicamente, es la lentitud. Una lentitud que puede convertirse en nuestra mejor baza para abordar los efectos nocivos de una sociedad hiper-acelerada, donde la prisa parece omnipresente y la velocidad lo empaña todo, al menos, en opinión de Nietzsche, claro.

Si el lector ha llegado hasta aquí, posiblemente, a partir de ahora entienda de un modo distinto el significado del dicho popular: “Entretenerse con una mosca”, podrá seguir refiriéndose a un individuo proclive a la distracción, que duda cabe, pero habrá descartado de su bagaje semántico, supongo, que la distracción fuera motivada por asuntos superficiales. Y es que, bien mirado, ni las moscas son tan banales, ni en los paseos solo se queman calorías. 


 

sábado, 1 de julio de 2023

¿SE NACE O SE HACE? NATURALEZA Y CULTURA. (RANA TÚNGARA)

En los cálidos crepúsculos centroamericanos, tras la caída del sol, los machos de la rana túngara (Engystomops pustulosus) inflan su enorme saco bucal y empuja el aire a través de una caja de resonancia más grande que su cerebro. El resultado es un croar que recuerda al sonido de una sirena o al de los videojuegos de los 80. A continuación, el macho añade uno o más adornos breves, llamados chasquidos. Una invitación al amor para las hembras.




La hembra, exigente, compara los sonidos y los chasquidos de los distintos machos y permitirá fecundar sus huevos al macho cuyo canto le resulte más atractivo. El atractivo del canto del macho está directamente correlacionado con el número de esos chasquidos: El macho que adorna con ellos su canto resulta hasta 5 veces más atractivo que los pretendientes que no los emiten. Así mismo, los chasquidos más graves, son preferidos a los agudos. La relación es clara: Cuantos más chasquidos, más atractivos y si esos chasquidos tienen una frecuencia de 2.130Hz, justo por debajo de la frecuencia dominante de los chasquidos medios, más probabilidad de éxito para Don Juan. Si eres una rana túngara, no cabe ninguna duda, los chasquidos son sexys, aunque unos más que otros.

Si estudiaras el oído interno de las hembras, encontrarías que su oido es especialmente sensible a la frecuencia de 2.130Hz. Esta frecuencia es más fácil de alcanzar por los machos más grandes y con capacidad de fecundar más huevos, por tanto, parecería que la evolución ha favorecido que el oído de la hembra sea sensible a esta frecuencia, dado que preferirla entre la variedad de cantos, redundaría en una probabilidad mayor de dejar descendencia. Esto es: primero, los machos más apuestos cantan en una frecuencia determinada y después, el oído de las hembras cambian para detectarlos. Parece factible, pero hay una sorpresa: No puede ser más erróneo. Y esta sorpresa viene de la mano de unos parientes cercanos que emiten cantos más recatados y sin adornos: La rana túngara Tsáchila.


La rana túngara Tsáchila (Engystomops coloradorum) es una especie no chasqueante de rana túngara, por lo que se esperaría que las hembras de esta especie no mostraran ninguna preferencia a los chasquidos. Pero resulta que si grabas el canto del macho y le añades los chasquidos de su pariente chasqueante, las hembras de la Tsáchila muestran una significativa preferencia por los sonidos recombinados (unos sonidos que no habían oído nunca antes) Los chasquidos a 2.130Hz, a pesar de ser desconocidos para ellas, también les resultan irresistibles. Es decir: Los oídos de la rana no cambiaron para estar en sintonía con una llamada que puede corresponder a los machos más fértiles, en realidad, era justo al contrario: los oídos de los antepasados de la rana ya estaban sintonizados a la frecuencia de 2.130Hz. y los chasquidos de los machos evolucionaron aprovechando este sesgo.

Las preferencias estéticas de las hembras son primero. Las llamadas de los machos, adecuándose a las preferencias de las hembras, cambian después.
  
T+:Macho chasqueante; T-; Macho no chasqueante.
P+: Preferencia de la hembra por el chasquido.


Este fenómeno, que describe como los individuos evolucionan para responder a una preferencia preexistente, es bastante común en la naturaleza y se lo denomina “explotación sensorial”. También se da en los humanos y puede llegar más lejos de lo que podáis pensar. Tal vez os preguntéis ¿Que tiene que ver una rana conmigo. Todo un Homo Sapiens con el cerebro en la cumbre de la pirámide? Pues seguid leyendo, seguro que os sorprenderá el siguiente ejemplo: La evolución del osito de peluche

Konrad Lorenz, considerado uno de los fundadores de la etología moderna, afirmaba que los animales adultos presentan lo que él llama “instinto infantil” y se sentían particularmente atraídos hacia los individuos en fase de crianza, a los que tienden a proteger y cuidar, que comparten ciertos rasgos comunes: Cabeza grande, frente alta, ojos grandes, nariz pequeña y patas cortas.

 

El osito de peluche original tenía patas largas y nariz puntiaguda, sin embargo, con el tiempo,  sus narices se fueron volviendo más chatas y sus frentes más altas; de modo que evolucionaron para parecerse cada vez más a los rasgos descritos por Lorenz. Sorprendentemente, los bebés no muestran preferencia por los rasgos infantiles, pero sí la muestran los adultos, siendo estos últimos los sometidos a la explotación sensorial y, por qué no decirlo, comercial. Todo un ejemplo de la implicación de los mecanismos biológicos subyacentes en algo tan aparentemente cultural como la forma de un juguete. Seguro que, tras conocer esto de la explotación sensorial, miran con otros ojos el éxito aparentemente inexplicable de esos muñequitos cabezones llamados funko-pops.


Pero volvamos con las ranas, pues no es oro todo lo que reluce. Adornar los cantos con chasquidos parece una gran ventaja evolutiva: energéticamente tienen un coste muy bajo y multiplica por cinco las posibilidades de reproducción; por consiguiente, los machos deberían emitir tantos chasquidos como pudieran y cuanto más tiempo, mejor. Sin embargo, los machos de la rana túngara se muestran reacios a introducir chasquidos en sus cantos: aunque los más animosos pueden emitir hasta siete, la mayoría, emiten solamente uno o dos. A veces, incluso, las hembras -para quienes los chasquidos son tan deseables- golpean al macho reticente, que no emite ninguno, hasta que cede ¿Por qué parecen los machos tan reacios a emitir chasquidos?

La respuesta podemos encontrarla en otra especie: El murciélago de labios de flecos. Este murciélago, al igual que las hembras de la rana túngara, se siente especialmente atraído por los chasquidos de los machos, pero por otros motivos no tan celebrados como el amor; digamos, que va directamente al banquete: Las hembras oyen un galán irresistible, los murciélagos oyen un apetitoso festín. 


Estos murciélagos, presentan un subconjunto de neuronas sensibles a la baja frecuencia del croar de la rana, como si hubieran añadido un modulo especial detector de ranas a su hardware de serie. No resulta extraño que los machos de la rana túngara, enfrentados a una difícil disyuntiva, sean tan reticentes a adornar su canto con chasquidos: Los chasquidos atraen a la vez a las hembras y a la muerte. No se me ocurre, en un marco evolutivo, decisión más comprometida.

Resulta asombroso considerar como estas especies se han entrelazado y forjado sus relaciones: Una rana ancestral desarrolla unos oídos que favorecen las frecuencias de 2130Hz. Los machos de rana túngara, aprovechan esta preferencia añadiendo chasquidos a sus cantos. Los murciélagos de labios de flecos, se sirven de un subconjunto de neuronas específico, capaz de detectar las bajas frecuencias de los chasquidos -inusualmente bajas para un murciélago- para detectar los chasquidos y procurarse el sustento. Un ejemplo de como la evolución entrelaza preferencias y comportamientos en los animales, unos conceptos que los humanos bien podríamos llamar, belleza y cultura.

La percepción de algo bello o la comprensión de una información se forma en el cerebro, pero antes, la esencia de la belleza o la información, debe pasar por un proceso de transducción a respuestas neuronales por parte de los órganos sensoriales del sujeto (ojos, orejas, narices…) Estos son los portales a través de los cuales las sensaciones llegan al cerebro. Como hemos visto en nuestro ejemplo, los órganos sensoriales de las especies -incluida la humana- están calibrados para ser más sensibles a unos estímulos que a otros y desarrollan sus preferencias estéticas y comportamiento a partir de sus propios sistemas sensoriales.

Nuestros sistemas sensoriales, por tanto, están en la base de nuestras preferencias estéticas y también culturales.


Puede que algún lector, llegado este punto, tuerza el gesto. ¿No nos bombardean continuamente con la idea de que el comportamiento está determinado por la cultura? Es un debate que viene de antiguo y se remonta, al menos, a la antigua Grecia. Protágoras de Abdera, conocido por su celebérrima frase “El hombre es la medida de todas las cosas”, fue de los primeros (al menos, en dejarlo por escrito) en tomar una perspectiva que cuestionaba la idea de una naturaleza fija humana y sugerir que el hombre es, en gran medida, moldeado por su entorno y experiencias. Desde entonces, se han escrito ríos de tinta en un debate enconado sobre la pregunta de si un comportamiento observado se debe a la naturaleza o a la crianza, o si un determinado rasgo nace o se hace. Debate que llega hasta nuestros días con profundas implicaciones en el planteamiento de políticas sociales. 

De un lado del ring, el innatismo, que sostiene que ciertos rasgos del ser humano como la personalidad, habilidades cognitivas y predisposiciones, son innatos y están predeterminados por la biología. Esta teoría defiende que las características básicas y esenciales del ser humano están presentes desde el nacimiento y son productos de la herencia biológica. Esta postura estará en la base de la gramática universal de Chomsky y la teoría de la mente.

Del otro lado, el ambientalismo, que sostiene que el desarrollo y formación del ser humano se ven principalmente influenciados por el entorno, la educación y la experiencia; enfatizando así la importancia de la cultura, la crianza y las interacciones sociales en la configuración de la naturaleza humana. Esta postura estaría en la base de la tabula rasa de Locke y el conductismo de Skinner.

¿Quien lleva razón? ¡Vaya jaleo! 

La literatura científica está llena de ejemplos de como las características innatas y mecanismos biológicos de los animales, incluidos nosotros, influyen en todos los aspectos de nuestra vida, desde el desarrollo individual de un canto, hasta la forma de los ositos de peluche que fabricamos para enternecernos. También abundan los ejemplos de la importancia decisiva de la influencia de los factores culturales y ambientales. Como el famoso caso del niño salvaje Victor de l´Aveyron, encontrado en Francia en 1797 y que vivió aislado durante su infancia sin contacto con humanos. El médico que intentó enseñarle a hablar y que aprendiera las normas sociales, terminó frustrado y nunca consiguió que adquiriera más que rudimentos del lenguaje ni que adoptara un comportamiento aceptable por la sociedad de su tiempo. Lo que constató la importancia de la educación, contacto social y el ambiente en edades tempranas; así como dejó patente la existencia de límites. (Si bien, algunos postulan que Victor, en realidad, era autista)


Como suele ser común en estas luchas de teorías que parecen contradecirse, la realidad acaba imponiéndose en una línea difusa entre los extremos capaz de, sino explicar, al menos conciliar ambos, siendo las más aceptadas aquellas que reconocen la existencia de predisposiciones innatas configuradas por la herencia genética en un marco de plasticidad neuronal, susceptibles, en mayor o menor grado, de ser influenciadas por las experiencias y el ambiente. Un ejemplo clásico para ilustrar estas posturas es la de una persona con la dotación genética necesaria para ser alto, pero que mal alimentado, jamás llegará a serlo o viceversa, una persona con una dotación de genes que le hacen ser baja, no conseguirá ser más alta que el límite impuesto por la genética, por más que coma.

Nuestra rana túngara nos ha iniciado en un viaje que partió de preguntarnos por la variedad, evolución y origen de sus cantos para terminar con el candente debate que aun llega a nuestros días sobre las causas de nuestros comportamientos resumido en la frase ¿Nace o se hace? Con tanta influencia e importancia hoy en día en el planteamiento de políticas sociales. en el camino hemos parado en las estaciones de las preferencias biológicas que determinan los gustos sociales y en la importancia de la educación y cultura en el desarrollo del comportamiento. 

Si lo he hecho bien, tendrán ustedes más dudas que antes y tomarán con extrema cautela las afirmaciones de quienes sostienen que todo es un constructo social que puede solucionarse educando en las más variadas ocurrencias para justificar sus prejuicios; así como a quienes hacen lo propio, apoyándose en una interpretación errónea y sesgada de la biología. No es asunto baladí: Las peores atrocidades documentadas de la humanidad se han justificado por los representantes de uno u otro extremo.

Termino, no sin posicionarme en este debate para que nadie me acuse de tirar la piedra y esconder la mano. Para ello hago mía la frase que recoge Frans de Waal en su libro “Diferentes”: 
“Preguntarse si un comportamiento observado se debe a la naturaleza o a la crianza, es como preguntarse si los sonidos de percusión que oímos en la distancia son producidos por un tambor o por un percusionista”.
Y es que, como aprendimos leyendo a Robinson Crusoe enfrentándose a sus contradicciones: Optar de manera radical por uno de los polos es un error. Solo en el conflicto entre opuestos nos es dado capturar algún destello de verdad.







sábado, 17 de junio de 2023

VA DE LIBROS: UNA TRENZA DE HIERBA SAGRADA. Robin Wall Kimmerer

En este maravilloso ensayo, Robin Wall Kimmerer, trenza conocimiento, historia, mitología, experiencias personales, filosofía indígena, espiritualidad y ciencia, bajo el hilo conductor de las plantas; no en vano, es botánica. A lo largo de sus 464 páginas, podemos encontrar reflexiones personales -casi siempre inspiradas por la etnobotánica o la mitología indígena norteamericana y enlazadas con los conocimientos científicos actuales- sobre su concepción de las relaciones entre los seres humanos y el resto de los seres vivos, a los que se refiere como “Personas no humanas”. Este marco conceptual, fuera de las jerarquías antropocéntricas clásicas de la cultura occidental, se manifiesta a lo largo del libro en la utilización de las mayúsculas para escribir el nombre de las especies a las que se refiere. 

Partiendo del proceso de regalar una trenza de la hierba sagrada, Hierochloe odorata, - del griego Hieros: sagrado y Clöhe: hierba- y su significado dentro de la cultura Potawatomi (los que mantienen el fuego) a lo largo de las cinco partes en que se divide el libro, con metáforas, símiles y reflexiones que parten de una especie biológica, una historia, un mito, una vivencia o una profesión tradicional, nos va introduciendo en su cosmovisión: la concepción de un mundo donde el tiempo no es lineal, sino omnipresente, como las aguas de un lago; los humanos no están en la cúspide de ninguna jerarquía, sino en equilibrio con el resto de “Personas no humanas” y basan sus relaciones con los seres vivos en la gratitud, la cosecha honorable y el cuidado mutuo.

Robin Wall Kimmerer (1953), es profesora de biología ambiental y forestal. Directora del Centro para los estudios nativos y el medio ambiente de la facultad de Ciencias Ambientales de Nueva York y miembro de la Citizen Potawatomi Nation (tribu reconocida por el gobierno de EEUU). Se graduó en Botánica en 1979 y es directora del Centro para los pueblos Nativos y el Medio Ambiente; el centro, entre sus objetivos, cuenta con la pretensión de que la ciencia se beneficie de la sabiduría de la filosofía nativa para alcanzar el objetivo común de la sostenibilidad. Es defensora del enfoque del conocimiento ecológico tradicional: un enfoque científico, profundamente empírico, que se basa en la observación a largo plazo e involucra consideraciones culturales y espirituales; puntos, estos últimos, tradicionalmente marginados por la comunidad científica.

Una trenza de hierba sagrada se publica en 2015, en el contexto histórico de una de las sociedades, sino la más, consumista de la historia. Una sociedad con el recuerdo, aun reciente, de la terrible crisis financiera de 2008, fruto de la explosión de la burbuja inmobiliaria. Los mecanismos de retroalimentación positiva que desembocaron en la explosión de la burbuja, y la codicia subyacente, si bien no se referencian explícitamente en el libro, se identificarán metafóricamente con el Wendigo, monstruo mitológico del pueblo anishinaabe, que desrrollaré en la última parte de esta entrada. Una sociedad donde la polarización está en auge, favorecida por la inmediatez y capacidad de difusión de las redes sociales y alimentada por la desinformación: información engañosa que se crea, presenta y divulga con fines lucrativos o para inducir a error deliberadamente a la población con la intención de conseguir algún beneficio. Una información falsa que se cuela entre miríadas de datos que los ciudadanos, desbordados por su cantidad, son incapaces de pasar por el filtro del razonamiento crítico: Una sociedad de ruido que se siente discurrir a toda velocidad.

Esta sociedad ruidosa, engañosa; donde la credibilidad de las fuentes de información se desvanece, se disuelve en un mar de bulos, rumores, sondeos, estadísticas alteradas, estudios científicos presuntamente imparciales y falacias, deviene en una pérdida general en la fiabilidad de los valores de generaciones precedentes. Los cimientos de la realidad sólida y duradera de nuestros abuelos se resquebrajan. La realidad parece cambiar a una velocidad de vértigo y puede hacerlo en cualquier dirección, en cualquier momento. Las personas ya no quieren aferrar su identidad a unos valores tradicionales que, de un día para otro, pueden quedar obsoletos. Una sociedad líquida, como nos contó el sociólogo Zigmunt Bauman, una sociedad donde las realidades sólidas, como el matrimonio o trabajo para toda la vida, se han desvanecido y han dado paso a un mundo mudable, provisional y, con frecuencia, agotador. Una sociedad donde los ciudadanos tienen miedo a ponerse un traje que luego no se puedan quitar. Los nativos digitales se han acostumbrado a un tiempo veloz, a la inmediatez, seguros de que las cosas no van a durar mucho y pronto quedarán obsoletas. 

En este contexto, el calentamiento global y la sobreexplotación de recursos naturales se convierten en temas candentes en una economía dependiente del consumo, también dividida, polarizada, entre aquellos que piensan que vamos al límite y hay que frenar la sobreexplotación de los recursos antes de que sea demasiado tarde -aunque eso signifique el decrecimiento- a fin de evitar una gran tragedia, a menudo magnificada; y aquellos que confían en que la tecnología y el desarrollo, como han venido haciendo hasta ahora, salvarán los limites actuales, dándonos mucha más cancha o eliminándolos totalmente, y defienden que la verdadera tragedia -también, a menudo magnificada- sería la crisis económica resultante de parar la sobreexplotación de los recursos naturales ahora. Bajo este marco, Robin se posiciona contra la reducción de la naturaleza a una propiedad humana y a su explotación para obtener beneficios, en favor de un modelo de desarrollo donde se contemplan todos los seres y la regeneración mutua para el bienestar de todos bajo los principios de “La cosecha honorable”.

A lo largo del libro, Robin reflexiona sobre diversos temas que se vertebran en el enfoque de los dones, la gratitud y la cosecha honorable para descubrirse, al final, como poderosas armas para vencer al moderno Wendigo:

El mundo como un Don: Robin, utiliza las fresas como metáfora de la economía de los dones. Las fresas pasan día y noche mezclando azucares, semillas, colores y olores para conseguir ser atractiva a un animal y que este las disperse. El valor adaptativo de la fresa depende de ser lo más atractiva posible, la fresa se da. Bajo su punto de vista, la relación de los humanos, no solo con las fresas, sino con el resto de las especies, debe transformarse en una actitud de gratitud, es la percepción humana lo que hace del mundo un regalo y el ser humano tiene la obligación moral de responder ese regalo con los cuidados apropiados: “Una especie y una cultura respetuosas con el mundo natural, capaces de responder a sus dones, pasarán sus genes a las generaciones futuras con mayor frecuencia que aquellos que las destruyen. Los relatos que modelan nuestros comportamientos tienen, entonces, consecuencias adaptativas”. Nos dice, coincidiendo con el mitólogo Josep Campbell y los biólogos evolutivos Heying y Weinstein.

Gratitud: La gratitud, es uno de los hilos conductores del libro y parte fundamental de la filosofía de vida que defiende. Partiendo del juramento de lealtad a la tierra Onondaga, nos recuerda algo “que no se escucha lo suficiente” y que choca frontalmente con la cosmovisión occidental: que el ser humano no está a cargo del mundo, sino que se encuentra sujeto a las mismas fuerzas que el resto de las formas de vida. Dar gracias por los dones que la tierra ofrece al ser humano, lleva asociada una responsabilidad hacia el resto de cada elemento de la creación. Sin embargo, llega a la misma conclusión que ya llegaron los estoicos y otras filosofías occidentales afines: que lo que se tiene es más que suficiente,Uno no puede escuchar el mensaje de Gratitud sin sentirse intensamente rico. Y aunque las muestras de agradecimiento parezcan algo inocente, constituyen en realidad algo revolucionario. en una sociedad consumista, estar satisfecho con lo que se tiene supone una propuesta radical”.

La cosecha honorable: Partiendo de nuestra necesidad como heterótrofos de alimentarnos de la vida de otros seres vivos, y la tensión que se produce entre el respeto a las vidas que nos rodean y su utilización para nuestra propia supervivencia. El concepto de cosecha honorable se desarrolla a fin de dar respuesta a la pregunta ¿Cómo podemos consumir haciendo justicia a las vidas que tomamos? La respuesta estriba en: No tomar aquello que esta a nuestro alcance, sino aquello que se nos ofrece y, para ello, es preciso aprender a pedir permiso. Así, la evaluación de las señales empíricas que juzgan si una población está suficientemente sana y saludable para soportar una cosecha que no ponga en riesgo su supervivencia futura (Si está en condiciones de compartir sus dones) se complementa con una intuición heredada del saber, puramente empírico, ecológico indígena que se puede resumir en este reglamento:

 

“Conoce las costumbres y necesidades de quienes cuidan de ti, para poder cuidar tu de ellos.

Preséntate. Que te conozcan como aquel que viene que viene a cuidar la vida.

Pide permiso antes de tomar nada. Acata la respuesta.

Toma solo lo que necesites.

Toma solo aquello que se te ofrece.

Nunca tomes más de la mitad. Deja algo para los demás.

Cosecha de manera que el daño sea el menor posible.

Utilízalo de forma respetuosa. Nunca desperdicies lo que has tomado.

Sé sostén de aquellos que te sostienen y la tierra durará para siempre”. 

Cualquiera que conozca un poco de dinámica de sistemas, esa ciencia tan occidental, así como cualquier padre que quiera bien educar a sus hijos, sin duda suscribiría cada uno de sus versos.

Por último, a través de la figura del Wendigo, el monstruo legendario del pueblo anishinaabe: una criatura enorme, de tres metros de altura, con forma humana, brazos semejantes a troncos,  pies como raquetas de nieve, corazón de hielo y tan voraz que se ha comido sus propios labios. Un monstruo que se deja ver en busca de los humanos en invierno, cuando las despensas están vacías y reina la necesidad, en el tiempo de la Luna del Hambre. 

Los relatos del Wendigo se cuentan en torno al fuegos para asustar a los niños. Si no se portaban bien corrían el riesgo de ser devorados o peor que eso, porque el Wendigo no nace, se hace; en realidad, son seres humanos devenidos en monstruos caníbales, al morder a una persona, la transforman también en monstruo. La maldición del Wendigo era el tormento de un hambre insaciable. El hambre que no puede satisfacer se convierte en su naturaleza. Cuanto más come, más desea comer y vive en una constante tortura. La perdición del hombre, convertido en un ser con un corazón de hielo, consumido por sus propias ansias de consumo. Un relato moralizante que previene a las sociedades comunales del peligro de los individuos codiciosos.

En dinámica de sistemas, el Wendigo representa un ciclo de retroalimentación positiva: Cuanto más come, más hambre, cuanto más hambre, más come; lo que nos lleva a un frenesí de consumo desaforado que lleva a la autodestrucción. Ejemplos de estos ciclos son las adicciones (al alcohol, las drogas, al juego…) Robin identifica una nueva clase de Wendigo: las compañías multinacionales que devoran los recursos de la tierra insaciablemente, no por necesidad, sino por avaricia y el sistema económico que prescribe el crecimiento infinito en un planeta finito; como si las leyes de la termodinámica no fueran con ellos y olvidando que el crecimiento perpetuo es, simplemente, imposible por las propias leyes naturales.

Robin sabe que el Wendigo es un monstruo demasiado poderoso y reconoce no tener armas, ni fuerza para vencerlo. Sin embargo, sueña, al final del libro, con un Wendigo abatido por los frutos indeseables de su propia codicia, retorciéndose en el suelo debido a un dolor de estómago insoportable, un ser insaciable cuyo sufrimiento es más fuerte que su hambre; al que una mano sanadora cura con una infusión de los dones agradecidos de la cosecha honorable y le cuenta los relatos tradicionales indígenas que nos enseñan a convivir en harmonía con los límites de la naturaleza.

En resumen, a lo largo de un libro maravilloso, lleno de poética, Robin nos sugiere las recetas para lidiar con un presente caótico a merced de la mercantilización y sus subproductos: El retorno a la experiencia, contacto y conexión con la naturaleza, a los valores tradicionales indígenas, el respeto a todas las formas de vida, el desarrollo sostenible, conservación de los ecosistemas, y la observación científica sincera y espiritual del mundo que nos lleve a respetar sus límites. Unas recetas que, a pesar de su aparente lejanía cultural, ya conocemos en occidente a través de los clásicos; como la vía negativa, que nos conmina a prevenir los daños como remedio ante la incertidumbre, bajo pena de consecuencias indeseadas mayores; la aceptación de la frugalidad como fuente de riquezas de cínicos y estoicos, contra la sobreexplotación de los recursos; y la gratitud, generosidad y hermandad cristiana, contra la polarización. Si bien esta hermandad, Robin la extiende a todos los seres de la tierra.


domingo, 4 de junio de 2023

LA UTILIDAD DE LO INÚTIL (Centaurea hyssopifolia)

Hoy conoceremos (y desconoceremos) una planta endémica de nuestros campos, una planta que únicamente los Añoveranos (y habitantes de la reducida franja de poblaciones donde crece) tenemos el privilegio de poder contemplar en su hábitat. Un privilegio, no obstante, reservado únicamente a aquellos que saben que lo tienen. Hablamos de Centaurea hyssopifolia, una planta única que, a pesar de su aparente futilidad, a poco que reflexionemos un poco, tiene mucho que contarnos.

Centaurea hyssopifolia. Añover de Tajo

Esta planta perenne, con hojas de aspecto pulverulento y flores rosáceas, florece de mayo a junio y se puede encontrar en cerros margo-yesíferos del centro peninsular ocupando posiciones abiertas y soleadas. Coloniza sustratos ricos en sulfatos y es toda una pionera en los matorrales gipsófilos, formando parte de las peculiares y exclusivas comunidades de los suelos yesíferos -muy ricos en endemismos- del centro peninsular. Es como si, al encontrar una Centaura hyssopifolia, de pronto, uno cayera en la cuenta de estar en un museo ante una pieza única, un museo inmenso cuyo techo es el cielo soleado, sus paredes el horizonte y donde sus exclusivas obras de arte vivo -nunca mejor dicho- aguardan a la espera de ser descubiertas y admiradas por los visitantes más avispados. No está nada mal para un paseo ¿No creen?

Distribución de Centaurea hyssopifolia

Imaginen la cola de gente esperando entrar en el Museo del Prado: la fila se extiende a lo largo del paseo, desde la entrada hasta la plaza Murillo, bajo un sol moderado a primera hora, que se espera tórrido a mediodía. Los visitantes, una vez dentro, esperan contemplar con sus propios ojos algunas de las exclusivas obras de arte que allí se encuentran y darán por merecida la espera. -Esto es un rollo- se quejan los niños a los que sus padres han obligado a acompañarles. -No sirve para nada- rematan, pensando que podría estar invirtiendo su tiempo en cosas más productivas, como subir de nivel (y de paso de estatus entre sus amigos) en el videojuego de moda o comprándose el bolso que todas sus amigas codician. Otro adolescente, se pregunta qué utilidad puede tener para su futuro como ingeniero esta visita a la que su instituto le obliga a asistir, mientras sopla de aburrimiento para dejar claro a sus profesores su disconformidad. Tampoco falta quien se pregunta, ya adulto, cómo es posible que haya gente capaz de pagar por esto, mientras con una forzada sonrisa, toma la mano de su acompañante: la razón por la que realmente está allí. Nuestros quejicas coinciden en su concepción de la futilidad del arte, del poco valor que tienen las cosas que no tienen un claro valor utilitario. Tampoco hay muchos usos descritos para nuestra protagonista de hoy más allá de su rareza, el de arder cuando se la quema y, probablemente, ser un indicador de suelos pobres, donde la vida se adivina de todo menos fácil.

Un museo sin más techo que el cielo y paredes que el horizonte: Campos de Añover. 

El premio princesa de Asturias de comunicación y humanidades 2023, Nuncio Ordine, en su ensayo “La utilidad de lo inútil” del que he tomado el título de esta entrada, nos invita a reflexionar, precisamente, sobre este punto que comparten nuestra protagonista de hoy, Centaurea hyssopifolia y el arte; a saber, su aparente inutilidad. Ordine, a través de una serie de textos clásicos, nos advierte de que el valor de las cosas va mucho más allá de su propósito utilitarista y el beneficio económico que pueda reportar, y considera que es útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores, también reflexiona sobre el antiguo y común error del que ya nos advirtieron los estoicos en la pluma de Séneca: el de valorar a las personas por los hábitos que visten y no por lo que son. Una advertencia sobre el peligro de la mercantilización de la educación, que convierte a los alumnos en clientes; de la ciencia, que desdeña la investigación básica; y la cultura, que se restringe al consumo de masas, llevándose en el proceso la dignidad de las personas por delante. Un manifiesto, en definitiva, en favor del valor de lo inútil que nos hace mejores humanos.


En la misma línea, y tomando como base, ya no solo las enseñanzas clásicas, sino una lectura de la estadística en el marco del escepticismo empírico moderno, Taleb, en los libros que componen “Incerto” nos advierte a lo largo de su obra de las consecuencias desastrosas de olvidar las consecuencias de “lo que no sabemos que no sabemos” en una inapelable refutación, basada en los límites del conocimiento, a los planteamientos utilitaristas que pueden desembocar, precisamente, en un desastre desde el punto de vista utilitarista; para muestra, desde las advertencias de Solón a Criso en la antigua Grecia hasta la crisis económica de 2008. Weinstein y Heying en su “Guía del cazador-recolector para el Siglo XXI” llegan a la misma conclusión con las consecuencias de los efectos iatrogénicos no esperados de la supresión de estresores que, a priori, podría parecer útil y buena. Idea que se puede resumir en la famosa frase de Chertestón: “Nunca quites una valla hasta que sepas la razón por la que fue colocada”. Pero esto da para otra entrada y me lo guardo para el futuro que luego me dicen que me enrollo mucho.


En mi búsqueda de información sobre nuestra protagonista, apenas he encontrado un artículo que confirma el adelanto de su floración con la sequía y generalidades sobre sus adaptaciones a ambientes con estrés hídrico como el de nuestros campos: nada que no comparta con otras especies propias de climas secos; por lo que no puedo decir más que, aparte de su rareza y singularidad, gran parte de los posibles conocimientos sobre Centaurea hyssopifolia se encuentran en la zona de lo que no sabemos y, probablemente, la gran mayoría en la inmensa zona de lo que no sabemos que no sabemos. En definitiva, nuestra singular amiga es un misterio. Un misterio único que pocos tienen la suerte y oportunidad de contemplar y entender. Un misterio -pensé, influido por el símil del museo- como la sonrisa de la Gioconda, solo que más nuestro, más exclusivo. Nuestro campo, ese museo natural con el cielo y el horizonte como límites, no solo esconde piezas únicas y más o menos bellas, también esconde misterios aun por resolver; un vasto campo de posibilidades en la zona de lo que no sabemos, más vasto aun en la zona de lo que no sabemos que no sabemos. 

Centaurea hyssopifolia.

Así que ya sabéis. Si en vuestros paseos por el campo os encontráis con esta vecina de flores compuestas rosadas, sabed que os encontráis ante una planta que muy pocos tenemos el privilegio de encontrarnos, un endemismo que es de los primeros en colonizar los, tan difíciles para la vida, pero aun así biodiversos, suelos yesíferos que habitamos, cuyo desconocimiento y falta de uso general puede hacernos meditar sobre la utilidad de lo inútil y la importancia de lo que no sabemos, mientras nuestra imaginación vuela y convierte los caminos en los pasillos de un majestuoso y exclusivo museo de obras vivas, sin más techo que el cielo ni más paredes que el horizonte. No está nada mal para un paseo ¿Verdad?




sábado, 27 de mayo de 2023

IR AL CERRO, SALVAR A ULISES Y VOLVER CON DIOS. (Peganum Harmala)


"Y llegó a Horeb, el monte de Dios. Y se le apareció el ángel del Señor en una llama de fuego, en medio de una zarza; y Moisés miró, y de aquí, la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces dijo Moises: Me acercaré ahora para ver esta maravilla: por qué la zarza no se quema". Exodo 3: 1-3 

Moisés y la zarza ardiente. Bóveda del Vaticano.

Hoy os presentaré una de las plantas que podemos encontrar en nuestros campos que más puede acercarnos a Dios o, al menos, a una experiencia muy parecida a encontrárselo o tenerlo dentro; y no, no es broma. Acompañadme en este viaje a través del tiempo y la etnobotánica hasta los mismísimos orígenes de la civilización occidental y la influencia que esta planta, Peganum Harmala -conocida también como harmal, ruda Siria o ruda salvaje- ha podido tener en nuestra forma de concebir el mundo. 

Peganum Harmala. Añover de Tajo.

Podemos encontrar a nuestra protagonista de hoy, exhibiendo sus flores blancas en Mayo, al borde de los cultivos de secano que flanquean el camino al cerro San Gregorio. Sus semillas triloculares, contienen un 3-4% de potentes alcaloides inhibidores de la aminomonoxigenasa (IMAO) principalmente harmina, harmalina, harmol y derivados cercanos; alcaloides a los que se les han atribuido multitud de usos farmacológicos y propiedades psicotrópicas, siendo usada frecuentemente como acompañante y potenciador de otras drogas.


Alcaloides de P. Harmala

La ruda Siria llegó a España a manos de los árabes en el primer siglo de nuestra era, es autóctona de las regiones comprendidas entre el este del mediterráneo e India y su relación con el hombre se remonta a los orígenes de la civilización, encontrándose citada en antiguos textos cuneiformes mesopotámicos. 

En tiempos preislámicos, en Oriente Medio, se quemaban sus semillas para producir un humo embriagador, este uso en forma de humo llega hasta nuestros días; en Turquía, beben una decocción de las semillas mezclada con Cannabis que “ciega la mente y aumenta el poder de la imaginación” y como talismán contra el mal de ojo; en India, tras tostar las semillas, se machacan para obtener un fino polvo que fuman mezclado con tabaco y el aceite de sus semillas se vende como afrodisiaco; en Irán, en pleno siglo XXI, se han documentado casos de hospitalizaciones por intoxicación tras ingerir sus semillas; como la de una mujer joven hospitalizada con alucinaciones al consumirla como remedio contra la amenorrea y el ingreso con trastornos intestinales y vómito sanguinolento de un hombre, adicto a los opiáceos, que ingirió las semillas aconsejado por su abuela siguiendo la tradición familiar. 


Estudios más modernos sugieren propiedades antitumorales y un amplio rango de efectos farmacológicos: Cardiovasculares, sobre el sistema nervioso, gastrointestinales, antimicrobianos, antidiabéticos, osteogénicos, inmunomoduladores y emenangogos; no son pocas, tampoco, las intoxicaciones reportadas tras la ingestión de sus semillas y efectos adversos con síntomas como: alteraciones intestinales, temblores e inhibición de la capacidad locomotora, alucinaciones, elevación de la temperatura corporal, bradicardia, baja tensión arterial, descoordinación motora, ataxia, vómitos e indicios que apuntan a posibles efectos mutagénicos; pudiendo ser mortal, sobre todo, mezclada con alcohol.


La ruda Siria y el ser humano llevan milenios (y no pocos) en una relación mutua de amor y miedo, de beneficios/perjuicios que la experiencia puramente empírica, con sus aciertos y errores, durante miles de años, ha mantenido en equilibrio hasta nuestros días y la ciencia y arqueología moderna parecen estar corroborando. 

P. Harmala en Añover de Tajo

¿Y qué tiene que ver todo esto con Dios, diréis? Estamos en ello, pero antes hay que conocer un término que acuñaron los autores de un artículo sobre drogas alucinógenas en 1979, este nombre es: enteógeno. Un enteógeno es una sustancia vegetal o un preparado de sustancias vegetales con propiedades psicotrópicas que cuando se ingiere provoca un estado modificado de consciencia. Se utiliza en contextos espirituales, religiosos, ritualísticos y chamánicos, además de usos recreativos o médicos; su significado deriva del griego y significa, literalmente, que tiene un Dios dentro. Sí, a nosotros nos suena a drogas, y así es como las tratamos, pero este tipo de sustancias enteógenas han sido sagradas, e incluso centrales, en los ritos religiosos de muchas civilizaciones humanas. Ejemplos de ello son el misterioso Kykeon de los ritos Eleusinos en la antigua Grecia y la Ayahuasca, utilizada en los ritos chamánicos de curación de los pueblos indígenas Amazónicos; los principales compuestos activos de la Ayahuasca, son: Harmina (como el de nuestra protagonista de hoy) y otros compuestos afines que actúan como inhibidores de la monoamino oxidasa (IMAO) que son los principios activos que le dan su fama de potenciador de otros psicodélicos; razón por la que algunos la denominan “La Ayahuasca del viejo mundo” y dimetiltriptamina (DMT) principal componente psicoactivo.

Decocción Ayahuasca

Así pues, nuestra Harmala, es un enteógeno, una planta sagrada que tiene la capacidad de hacernos ver a Dios dentro de nosotros, y parece que así se la ha tratado desde los albores de la civilización en Oriente Medio. El nombre “Harmal” en arábigo, significa tanto “tabú”, como “sagrado” y proviene de la misma raíz que la hebrea “herem”, que significa tabú; por curiosidad, he introducido el término Harmal en el traductor de Google y me dice que significa “daño”, así que parece que hasta en la raíz de su nombre, se hace referencia a la ambivalencia beneficio/daño de esta interesante planta.

No son pocos los autores que han especulado con que los efectos de las alucinaciones de las plantas que llamamos enteógenas están en la mismísima base de las religiones, incluida nuestra vecina que vive al borde del camino que lleva al cerro San Gregorio. Una planta abundante en la península del Sinaí, donde se especula que se ubica el monte del mismo nombre y en cuya cima Moises tuvo la transformadora experiencia de la zarza ardiente que le llevó a tomar la decisión de liberar a su pueblo y donde Dios le dio las famosas tablas de la ley con los Diez Mandamientos. No hace falta señalar la importancia histórica que han tenido estos Diez Mandamientos como piedra angular del Cristianismo y, por ende, en la civilización occidental. ¿Puede una mezcla de sustancias psicotropicas, al estilo de la ayahuasca, tener algo que ver con estos episodios bíblicos? 


Hemos comentado que la Ayahuasca se compone de un potenciador de los efectos alucinatorios a base de inhibidores de la monoaminooxidasa (nuestro Harmal) y plantas que proporcionan el principio propiamente psicoactivo (DMT) ¿Hay alguna planta que pueda proporcionar estos compuestos en Oriente Medio? La respuesta es, como podéis suponer, afirmativa. Las plantas que proporcionan DMT y que, a estas alturas no debería sorprendernos, también se han considerado sagradas, son las acacias; tan utilizadas en nuestro jardines como ornamentales. Las Acacias (asociadas al nacimiento de Osiris en el antiguo Egipto) ricas en DMT que crecen en la península del Sinaí son: Acacia albida, Acacia lactea y Acacia tortiles entre otras. Tenemos pues, los ingredientes equivalentes a un preparado alucinatorio que, desde tiempos inmemoriales hasta la actualidad, se usa en ritos chamánicos espirituales, altera el pensamiento, las emociones, el sentido del tiempo, se usa como oráculo y, además, una de las alucinaciones visuales frecuentemente citadas por los intoxicados, consiste en ver llamas ardientes en el campo visual.

Acacia tortilis.  

¿Pudo ser el episodio de Moisés y su visión mística de la zarza ardiente en el Monte Sinaí el relato de las visiones de un hombre bajo los efectos de una mezcla enteógena de nuestra protagonista de hoy Peganum Harmala y Acacia? ¿Pudieron inspirar estas drogas los Díez Mandamientos en los que se sustentan las bases de la ética occidental? No hay pruebas empíricas irrefutables, pero, vistas como encajan las piezas botánicas, antropológicas y descripciones bíblicas, no es descabellado imaginar que pudiera ser; y de no ser ciertas, nada nos impide disfrutar de especular sobre ello, enriqueciendo nuestros paseos con el aura de bellas e interesantes historias. Pero hay más…

Hermes protegiendo a Odiseo de Circe. A. Carracci.

Nuestra vecina, Peganum Harmala, también es sospechosa de tener un papel salvador en la mismísima Odisea, el poema épico donde Homero cuenta el viaje de vuelta a casa de Odiseo tras la guerra de Troya. En el canto X, se narra como los compañeros de Odiseo son hechizados por Circe, la hechicera, con un brebaje preparado con hierbas que los transforma en cerdos. Euríloco, uno de ellos, logra escapar y advertir a Odiseo del peligro. Éste, de camino hacia la mansión donde están cautivos sus compañeros con la intención de liberarlos, se encuentra con el Dios Hermes quien le proporciona una planta mágica que le inmuniza frente a los hechizos de Circe y esta planta, utilizada como contraencantamiento puede ser identificada, por su forma y propiedades como Ruda Salvaje o lo que el lo mismo, nuestra ya conocida vecina Peganum Harmala.

Así que ya sabéis, si en vuestros paseos por nuestros campos os tropezáis con una planta de hasta 80 cm de altura, con flores de cinco pétalos blancas y frutos triloculares que crece en los suelos yesosos, estáis ante Peganum Harmala, una planta que bien podría haber inspirado los pilares de la ética de la civilización occidental, salvado a Odiseo de las trampas de Circe, se usa como potente talismán contra el mal de ojo, y cuyas prometedoras propiedades farmacéuticas esta investigando actualmente la ciencia moderna. Un verdadero tesoro, tanto cultural como botánico, para disfrute de la vista y entendimiento de quien sepa apreciarlo.


Referencias: 

Magia y tradición: un ejemplo homérico https://dra.revistas.csic.es/index.php/dra/article/download/350/354

Biblical Entheogens: a Speculative Hypothesis: https://priory-of-sion.com/biblios/images/biblical_entheogens.pdf

https://es.wikipedia.org/wiki/Peganum_harmala

https://kahpi.net/syrian-rue-peganum-harmala-ayahuasca/

Ruda Siria: La ayahuasca del norte de África y euroasia. https://www.iceers.org/es/ruda-siria-peganum-harmala-ayahuasca/

Toxicity of Peganum harmala: Review and a Case Report: https://ijpt.iums.ac.ir/browse.php?a_id=3&slc_lang=en&sid=1&ftxt=1&fpdf_version=17

Pharmacological and therapeutic effects of Peganum harmala and its main alkaloids: http://www.phcogrev.com/article/2013/7/14/1041030973-7847120524

https://es.wikipedia.org/wiki/Enteógeno