Hoy os presentaré dos plantas que podemos encontrar en Mayo en nuestros campos y cuya relación de color tiene que ver con el exclusivo púrpura de Tiro, el oro, Helena de Troya, la teoría de los colores y el sentido evolutivo de la belleza. Me refiero a la dorada Candilera (Phlomis lychnitis) y al púrpura aguavientos (Phlomis herba-venti)
Si hay en el imaginario colectivo un símbolo de belleza es Helena de Troya, la mujer por cuya belleza, nos cuenta el mito, comenzó la famosa guerra cantada por Homero en la Ilíada, de belleza semejante a Afrodita y que ocupaba su tiempo en labores cotidianas, como bordar un manto doble de púrpura:
"Salió Helena de su perfumada estancia de elevado techo semejante a Afrodita, la de rueca de oro. (Od, IV, 122-122)"
"Hallola en su aposento estaba hilando un gran tejido
Un manto doble de púrpura, donde bordaba numerosas labores
De Troyanos domadores de potros, y de Aqueos, de broncinea túnica,
Queda causa suya estaban padeciendo a manos de Ares (III 125-128)"
No cuesta, por tanto, imaginar esta mítica Helena de arrebatadora fragancia, epítome de la belleza, con su larga y rubia melena cayendo lánguida sobre sus mejillas, destacando contra el púrpura del manto que teje con hilos dorados. Esa áurea belleza, aun más bella si cabe en contraste con el púrpura; ese manto púrpura, aun más bello si cabe, en contraste con la dorada Helena. Púrpura y oro, la combinación perfecta.
Helena de Troya por Evelyn de Morgan. |
En el mundo clásico, el color púrpura -cuyo tono podía variar entre un rojo purpúreo y el morado- era un artículo comercial de lujo debido a la dificultad de la extracción del tinte, que consiste en la secreción de la glándula hipobranquial de ciertos caracoles marinos, para producir un gramo de púrpura se necesitaban 9000 moluscos aproximadamente, por lo que su uso se limitaba únicamente a artículos de lujo. En la Mitología occidental se atribuye su descubrimiento al perro de Hércules, cuya boca se tiño de púrpura al masticar caracoles en la costa de levante y su uso, no solo era prohibitivo debido a su precio sino que, incluso, llegó a estar restringido por ley, únicamente para uso de generales y emperadores.
Háganse una idea pues, de la potente simbología de esa Helena -similar a Afrodita- de dorados cabellos, cuya belleza originó una guerra en la que participó prácticamente todo el mundo conocido -una guerra mundial antigua- ocupando sus horas bordando con rueca de oro un manto púrpura: El sumun de la belleza, el prestigio, la riqueza y el poder.
Robin Wall Kimmere, botánica indígena, en su libro “Una trenza de hierba sagrada”, confiesa que decidió estudiar botánica porque quería descubrir por qué los asteres -de color púrpura- y las varas de oro canadienses – de color amarillo oro- las primeras flores que recordaba de su niñez, resultaban tan hermosos juntos; una aproximación científica a la belleza y las relaciones entre la naturaleza, los seres humanos y la “espiritualidad” que emana de sus propiedades emergentes. Nos explica que la belleza está en los ojos del observador, al menos, en la combinación de púrpuras y dorados: Los seres humanos percibimos los colores gracias a células receptoras especializadas (los bastones y conos) de la retina. En el ojo humano hay tres tipos de conos distintos, cada tipo de cono se ocupa de absorber distintas longitudes de onda; Los primeros, se ocupan de percibir el color rojo y las longitudes de onda asociados a este; los segundos, perciben el color azul; y por último, un tercer tipo de conos están diseñados para la percepción óptima de la luz de dos colores: El morado y el amarillo. Esto significa que nuestro ojo, está preparado de forma especial para detectar estos tonos y enviar señales al cerebro.
Los trabajadores de la belleza, los artistas, nos dicen que estos dos colores, amarillo y violeta, son colores complementarios en la rueda de los colores; juntos en la paleta se realzan mutuamente, se intensifican. Un mero toque de uno hace más vivido al otro. Ya lo dijo Goethe, científico y artista, en 1810 “Los colores diametralmente opuestos entre sí, son los que se evocan recíprocamente en el ojo”. El púrpura y el oro, forman así, un par reciproco. Nuestros ojos son tan sensibles a estas longitudes de onda, que los conos sufren una sobreestimulación; algo que, aunque nosotros ignoremos, parece que aprovechan las plantas púrpuras y amarillas cuando tienden a crecer juntas. Nos parecen más bellas y a los humanos -a pesar de la poca fe que nos profesan algunos- nos gusta cuidar las cosas bellas. Esta combinación de colores tiene, por tanto, un valor adaptativo.
El pasado sábado, 14 de Mayo, en uno de mis paseos por los campos de Añover, ese espartal sobre suelos de yeso cuya flora, si bien excepcional, no se caracteriza por ser especialmente llamativa, encontré esta combinación de colores en dos especies del mismo género: Phlomis lychnitis (amarilla) y Phlomis herba-venti (púrpura) destacando sobre el color ceniciento del suelo. En seguida me vino a la mente el valor adaptativo de esta combinación, así como su colosal significado cultural de estatus y de belleza, que ya, desde los albores de la humanidad, se le ha dado a esta combinación de colores.
Regresé a casa pensando que, para los ojos que saben mirar, en los cenicientos campos de Añover también tenemos nuestro epítome de la belleza, nuestra Helena de Troya, una Helena fugaz que, si bien no provocará una guerra, sí consigue que los paseantes informados, con las pupilas sobreexcitadas, vuelvan a casa con una sonrisa en los labios y la certeza de haber conquistado un pedacito, pequeño pero sublime, de su belleza.
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