sábado, 29 de julio de 2023

LAS PLANTAS TAMBIÉN LLORAN, CARPE DIEM. GORDOLOBO (Verbascum spp.)

Hoy conoceremos una planta que podemos encontrar creciendo al borde de los caminos de nuestros campos, que ha tenido múltiples usos tradicionales, incluso para pescar, y que nos puede inspirar, como no, una reflexión sobre la condición humana. Estoy hablando del Gordolobo o Verbasco.

Este género de plantas (coloquialmente llamadas gordolobos) comprende entre 300-325 especies distribuidas por el hemisferio boreal y, aunque el género es relativamente fácil de reconocer, la identificación de las especies (con frecuencia híbridos) es algo difícil, por lo que, aunque yo diría que el ejemplar encontrado en nuestros campos de las fotografías podría ser Verbascum sinuatum, albergo importantes dudas sobre algunos caracteres diagnósticos y bien podría equivocarme; razón por la cual en el título de esta entrada hago referencia al género. Si algún lector con más conocimientos que yo en la identificación de las especies de este género puede arrojar luz, bienvenido sea.

Pío Font Quer, nos cuenta sobre esta especie que en catalán la llaman “la llorona y resentida” pues poco después de golpearle el tallo, van desprendiéndose sus flores abiertas una a una, como si fueran lágrimas que llorara resintiéndose del golpe. Si os fijáis bien en la foto, podréis ver algunas flores de nuestra protagonista de hoy en el suelo, probablemente, la he pillado llorando un golpe del destino.

Las llamativas flores del gordolobo contienen mucílagos y saponinas, por lo cual, se han usado en resfriados, para la tos y como expectorantes suaves, especialmente en tisanas. Además, son usadas en jardinería por su belleza, las flores de nuestro ejemplar en cuestión, combinan el púrpura y oro, combinación de colores representativos de la belleza por excelencia, que ya comentamos en una entrada anterior. Ya veis, uno sale al campo con la intención de disfrutar de la biodiversidad que le rodea y, al poco, se encuentra evocando el desconsuelo de la belleza ante los infortunios del destino.


Otros usos tradicionales registrados son: como antiinflamatorio, para curar cortes o llagas, tranquilizante, otitis, como amuleto de la buena suerte, mecha de candiles, para fabricar escobones y como insecticida -se ha demostrado la presencia de rotenona en las hojas de verbascum thapsus-. Esta planta, como es habitual con este tipo de plantas milagro, es tóxica; esta toxicidad ha sido utilizada para embervascar las aguas, una practica prohibida actualmente consistente en triturar las plantas y esparcirlas en los remansos de aguas con la intención de intoxicar a los peces, que quedan atontados al disminuir su captación de oxígeno, y poder cogerlos fácilmente; a pesar de la prohibición, hay registros de su uso como ictiotóxico a principios del S. XXI. Si bien, se considera una práctica abandonada. 

Las plantas como el gordolobo, de amplia distribución, que crecen al borde de caminos, sobre cualquier sustrato y a las que se les ha dado múltiples usos; ya sea como fármacos o venenos, como útiles prácticos, amuletos o como parte de rituales -uno de sus nombres es el de pruebayernos, pues cuentan que los futuros suegros, aprovechando que es una planta que enraíza bien y se agarra fuerte a la tierra, llevaban a los pretendientes de su hija a tirar de la planta para arrancarla y, en caso de que fracasar, eran descartados- siempre me han parecido viajeras, por su cosmopolitismo y afinidad a los caminos; y versátiles, por la variedad de usos que se le da en las diferentes culturas donde crece. Todas unas aventureras, en un viaje lleno de experiencias con destino desconocido e incierto: ser cultivadas y mimadas por su belleza, apaleadas por ver caer sus pétalos, arrancadas por probar la fuerza de un joven en un rito de iniciación, descuartizadas por coger peces o guardadas con reverencia como amuletos confiando en su protección.
 

Esta percepción de la vida como un largo viaje en el que estamos a merced del azar, la fortuna, los hados, los dioses, el destino (o el caprichoso uso que hagan de ti los humanos donde te ha tocado vivir) cuyo fin es incierto y no podemos decir la última palabra sino en el día de nuestra muerte, quizás sea -con permiso del amor- uno de los conceptos más tratados en la mitología, filosofía y literatura. Un concepto fractal, aplicable a todas las escalas de la condición humana, que puede utilizarse como símil tanto en algo tan amplio como una vida entera, como en algo tan concreto como un proyecto, un trabajo, un matrimonio, unas vacaciones o un paseo por el campo. Se han escrito ríos de tinta sobre cómo afrontar la incertidumbre, el desasosiego que causa y alcanzar el éxito. Una montaña de libros, muchos de ellos -hay que decirlo- falaces, cuyo eje rector es el camino para encontrar el éxito, un éxito que presupone que al final de la aventura nos aguarda un codiciado tesoro, obviando, todas aquellas veces que llegamos al destino, solo para descubrir que la cámara del tesoro se encuentra vacía. Seguro que no debe esforzarse mucho el lector para encontrar ejemplos de ricos que no pueden comprar lo que desean, jefes esclavizados por el trabajo, jóvenes que después de comprar el último modelo de teléfono ya están deseando el próximo, esas esperadas vacaciones que, al final, resultaron ser un calvario o, simplemente, ese carísimo restaurante de moda, que al final no era para tanto… Y entre todo este mar de incertidumbre, un poeta, nos da la clave para afrontarla, no perdernos entre tesoros falaces, ni hundirnos en el desasosiego. 

El bellísimo poema de 1911 del poeta griego Constantino Cavafis, Itaca, del que reproduzco aquí un fragmento; usa el mito del ingenioso Ulises volviendo a su hogar, el mito del viaje por excelencia, para advertirnos sobre la ilusión de esperar que la meta nos aguarde con tesoros: La riqueza la encontraremos en el camino.

“Ten siempre a Itaca en tu mente.

Llegar allí es tu destino.

Más no apresures nunca el viaje.

Mejor que dure muchos años

Y atracar, viejo ya, en la isla, 

Enriquecido de cuanto ganaste en el camino

Sin aguardar que Itaca te enriquezca.


Itaca te brindó tan hermoso viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene ya nada que darte.


Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. 

Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, 

Entenderás que significan ya las Ítacas”

Tras una apología de la lentitud, que ya tratamos en la entrada anterior dedicada a La mosca asesina, Cavafis, nos dice que la meta es solo importante como acicate para iniciar el viaje, un viaje que debemos emprender sin miedo, hacia un destino que no debe importarnos hallar pobre, pues una vez lleguemos, comprenderemos que nos hemos enriquecido en el viaje. Un poema que nos brinda, en definitiva, un buen antídoto ante el desasosiego de la incertidumbre, induciéndonos a atesorar las experiencias que están a nuestro alcance: No hay que esperar de la meta más tesoros que las experiencias vividas para alcanzarla. “Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás que significan ya las Itacas”. También nos proporciona un buen método para identificar las abundantes falacias sobre el éxito que abundan en nuestros días: desconfiar de los que aseguran que el valor de Itaca está en sus riquezas. Un pensamiento que Epicuro, el genial filósofo clásico de la isla de Samos, seguramente refrendaría. -¿Qué haces fiando tu felicidad en un futuro azaroso e incierto que no puedes controlar?- Imagino que diría -Disfruta de aquello que de ti depende pues no tiene otro amo, y atesora las riquezas del momento-. O, como en la misma línea, Horacio, el epicúreo poeta romano nos dejó en los últimos versos de su oda a Leuconoe: “Carpe diem, quam minimun credula postero” -Aprovecha el día, y confía mínimamente en el futuro-

Así que, ya sabéis, si en vuestros paseos os encontráis al borde del camino con esta planta esbelta, bien arraigada en la tierra y de hermosas flores amarillas con estambres púrpuras; sabed que se trata del Verbasco o Gordolobo, una planta con una gran historia de usos a sus espaldas, aunque ahora abandonados, y que puede hacernos reflexionar sobre el desconsuelo de la belleza por los infortunios del destino. Infortunios que poco importan, en realidad, pues no dependen de nosotros y siempre podemos enfrentarlos con la alforja llena de valiosas experiencias atesoradas por el camino. Poco importa que al final Itaca sea pobre, pues nosotros llegaremos ricos. Y es que, de un paseo por el campo, con la actitud adecuada, uno nunca vuelve con las manos vacías. Carpe Diem.



sábado, 15 de julio de 2023

LA MOSCA ASESINA Y APOLOGÍA DEL LENTO (Coenosia attenuata)

Hoy os presentaré un animal que podría estar a la altura de Flash, el conocido superhéroe de DC cómics famoso por su velocidad. Oriunda del mediterráneo, nuestra protagonista de hoy es una gran aliada del hombre en el control biológico de plagas y una cazadora con unas habilidades sobrecogedoras que le han valido el sobrenombre de “mosca tigre” o “mosca asesina”. Se trata de Coenosia attenuata.

Esta mosca, acecha a sus presas desde su posadero y comenzará la persecución de cualquier insecto que se vea capaz de dominar (incluidas otras moscas asesinas más pequeñas). Durante la persecución estira las patas y, en cuanto toca a su presa, las cierra de golpe a modo de jaula; a continuación, vuelve a tierra con su víctima y le clava su probóscide en forma de puñal para digerirla. La caza dura, por término medio ¡Ojo al dato! un cuarto de segundo; a veces, la mitad. La mosca tigre caza a sus presas en menos de lo que dura un parpadeo humano. Para nuestra amiga de hoy, la velocidad lo es todo.

Cazar a esa velocidad requiere de una visión igual de rápida, y es en este punto donde nuestra amiga de hoy es aun más impresionante debido a que sus ojos presentan los fotorreceptores (moléculas a las que debemos la visión) más rápidos conocidos del mundo animal: Cuando la luz llega a los fotoreceptores de los ojos de Coenosia attenuata, estos envían señales eléctricas al cerebro y el cerebro envía señales a los músculos en tan solo 6-9 milisegundos. ¡Eso si que son reflejos! En comparación, el ser humano tarda entre 30-60 milisegundos solo en el primer paso: Si estuviéramos compitiendo por una presa con ellas, la mosca estaría en pleno vuelo antes de que nosotros seamos conscientes de haber visto algo moverse. Imagina tirar al plato al lado de alguien que es capaz de dispararlos antes de que tu seas capaz de verlos siquiera: ¡Te parecería que ya salen rotos por los disparos de tu contrincante!. Impresionante ¿Verdad? pues aun hay más.

La mosca tigre también es capaz de actualizar su visión enormemente rápido. Imagina que estás viendo un pase de diapositivas de un corredor tomadas cada poco tiempo y que cada vez pasan más rápido, llegará un momento en que no distinguirás las diapositivas y verás una película continua de un hombre corriendo, como en el cine. El punto en el que las imágenes estáticas se funden y se empieza a percibir la ilusión de un movimiento continuo se denomina frecuencia crítica de fusión del parpadeo (CFF, por sus siglas en inglés) es una medida de lo rápido que el cerebro puede procesar la información visual y se mide en Hercios (Hz) o fotogramas por segundo. Para los humanos, el CFF es de unos 60 Hz, para la mayoría de las moscas es de unos 350 Hz. (Casi 6 veces mayor) Esto supone que, a ojos de una mosca, una película humana parecería un pase de diapositivas. ¿Pueden estas diferencias en la velocidades visuales influir en la percepción del tiempo? Es muy probable, aunque no sabemos como siente una mosca, a través de sus ojos el mundo debe parecer moverse a cámara lenta.

Cualquiera puede pensar que capturar una mosca con tales dotes, si es que es posible, requeriría una velocidad extraordinaria ¿Cómo se puede ser más rápido que Flash? La respuesta es tan simple como anti-intuitiva: La solución no está en ser lo suficientemente rápido, sino lo suficientemente lento. En efecto, si uno se acerca lo suficientemente lento a quien es tan rápido que ve el mundo a cámara lenta, se convertirá en una simple parte más del entorno. Para atrapar una mosca tigre, solo tienes que acercarte con un vial lo suficientemente despacio.


Acostumbrados, como estamos, a elogiar la rapidez en un mundo que va, cada vez, más deprisa (Citius, Altius, Fortius) seguramente, el lector se haya sorprendido al descubrir que nuestro atributo más valioso para dar caza a uno de los animales más rápidos del planeta sea la lentitud. Lo cierto es que gracias al gusto de los humanos por los discursos teleológicos -Seguramente a consecuencia de un cerebro extraordinariamente plástico, al que le encanta buscar patrones y no soporta la incertidumbre- nos es muy fácil olvidar que la evolución actúa por azar, sin ningún propósito, y que los seres vivos que tienen éxito en la lucha por la supervivencia no tienen porque ser ni los más rápidos, ni los más altos, ni los más fuertes. La lentitud puede ser una gran virtud en el contexto adecuado y Niestzche, el influyente filósofo alemán del siglo XIX, supo verlo hace 137 años: 

Nietzsche, en el prefacio, publicado en 1886, de su obra titulada Aurora - Una colección de aforismos con la que pretende hacernos reflexionar sobre la ilusión de los valores morales, los prejuicios y la hipocresía generadas por el conformismo de su tiempo- hace todo un elogio a la lentitud:

“Este prologo llega tarde, aunque no demasiado, ¿Qué son, a fin de cuentas, cinco o seis años? Un libro como éste, un problema como éste, no tiene ninguna prisa; además, lo mismo yo que mi libro somos ambos amigos del lento. No por nada ha sido uno filólogo, y tal vez aun lo sea, esto es, maestro de la lectura lenta -Al final acaba uno escribiendo también lentamente- Ahora forma parte no solo de mis hábitos, sino también de mi gusto - ¿Un gusto perverso, tal vez?-, no escribir jamás nada que no lleve a la desesperación a toda esa gente que tiene prisa”. 

Sorprende que no haya cambiado mucho la percepción de la sociedad desde entonces, Nietzsche nos cuenta que vivía en la era (¡Ojo! Hace 137 años) “de la precipitación, de la prisa indecente y sudorosa que pretende acabar todo de inmediato”; no me cabe la menor duda que cualquiera de nosotros suscribiría estas palabras en nuestra época actual y, quizás, se nos escaparía una sonrisilla condescendiente al imaginarnos al filósofo expuesto a la velocidad de nuestros días - Si aquello te pareció rápido, Friedrich, en el siglo XXI lo vas a flipar -. 

Nietzsche se propuso socavar los pilares de una sociedad donde la velocidad, la prisa, se imponía como un valor fundamental; quería, si me permiten la metáfora, abatir a la mosca asesina: Una sociedad de prisas y altas velocidades donde el hombre, convertido en un náufrago en un mar de normas y conceptos consolidados que pocos ponían en duda, solo podía aspirar a la deriva y la muerte. Para ello; consideró a la palabra su vial y la lentitud, la mejor forma de abordarla:

“La filología es ese arte venerable que exige ante todo una cosa de quienes la admiran y respetan: situarse al margen, tomarse tiempo, aprender la calma y la lentitud (…) y nada logra si no es con tiempo lento”.

Así que, ya sabéis, si en vuestros paseos os topáis con esta mosca oriunda del mediterráneo, quizás recordéis que la extraordinaria velocidad de su visión le permite ser una cazadora temible, capaz de atrapar a su presa, literalmente, en un parpadeo; como el superhéroe más veloz, Flash, puede ser una gran aliada nuestra, ayudándonos en el control de plagas y cuya mejor forma de atraparla, paradójicamente, es la lentitud. Una lentitud que puede convertirse en nuestra mejor baza para abordar los efectos nocivos de una sociedad hiper-acelerada, donde la prisa parece omnipresente y la velocidad lo empaña todo, al menos, en opinión de Nietzsche, claro.

Si el lector ha llegado hasta aquí, posiblemente, a partir de ahora entienda de un modo distinto el significado del dicho popular: “Entretenerse con una mosca”, podrá seguir refiriéndose a un individuo proclive a la distracción, que duda cabe, pero habrá descartado de su bagaje semántico, supongo, que la distracción fuera motivada por asuntos superficiales. Y es que, bien mirado, ni las moscas son tan banales, ni en los paseos solo se queman calorías. 


 

sábado, 1 de julio de 2023

¿SE NACE O SE HACE? NATURALEZA Y CULTURA. (RANA TÚNGARA)

En los cálidos crepúsculos centroamericanos, tras la caída del sol, los machos de la rana túngara (Engystomops pustulosus) inflan su enorme saco bucal y empuja el aire a través de una caja de resonancia más grande que su cerebro. El resultado es un croar que recuerda al sonido de una sirena o al de los videojuegos de los 80. A continuación, el macho añade uno o más adornos breves, llamados chasquidos. Una invitación al amor para las hembras.




La hembra, exigente, compara los sonidos y los chasquidos de los distintos machos y permitirá fecundar sus huevos al macho cuyo canto le resulte más atractivo. El atractivo del canto del macho está directamente correlacionado con el número de esos chasquidos: El macho que adorna con ellos su canto resulta hasta 5 veces más atractivo que los pretendientes que no los emiten. Así mismo, los chasquidos más graves, son preferidos a los agudos. La relación es clara: Cuantos más chasquidos, más atractivos y si esos chasquidos tienen una frecuencia de 2.130Hz, justo por debajo de la frecuencia dominante de los chasquidos medios, más probabilidad de éxito para Don Juan. Si eres una rana túngara, no cabe ninguna duda, los chasquidos son sexys, aunque unos más que otros.

Si estudiaras el oído interno de las hembras, encontrarías que su oido es especialmente sensible a la frecuencia de 2.130Hz. Esta frecuencia es más fácil de alcanzar por los machos más grandes y con capacidad de fecundar más huevos, por tanto, parecería que la evolución ha favorecido que el oído de la hembra sea sensible a esta frecuencia, dado que preferirla entre la variedad de cantos, redundaría en una probabilidad mayor de dejar descendencia. Esto es: primero, los machos más apuestos cantan en una frecuencia determinada y después, el oído de las hembras cambian para detectarlos. Parece factible, pero hay una sorpresa: No puede ser más erróneo. Y esta sorpresa viene de la mano de unos parientes cercanos que emiten cantos más recatados y sin adornos: La rana túngara Tsáchila.


La rana túngara Tsáchila (Engystomops coloradorum) es una especie no chasqueante de rana túngara, por lo que se esperaría que las hembras de esta especie no mostraran ninguna preferencia a los chasquidos. Pero resulta que si grabas el canto del macho y le añades los chasquidos de su pariente chasqueante, las hembras de la Tsáchila muestran una significativa preferencia por los sonidos recombinados (unos sonidos que no habían oído nunca antes) Los chasquidos a 2.130Hz, a pesar de ser desconocidos para ellas, también les resultan irresistibles. Es decir: Los oídos de la rana no cambiaron para estar en sintonía con una llamada que puede corresponder a los machos más fértiles, en realidad, era justo al contrario: los oídos de los antepasados de la rana ya estaban sintonizados a la frecuencia de 2.130Hz. y los chasquidos de los machos evolucionaron aprovechando este sesgo.

Las preferencias estéticas de las hembras son primero. Las llamadas de los machos, adecuándose a las preferencias de las hembras, cambian después.
  
T+:Macho chasqueante; T-; Macho no chasqueante.
P+: Preferencia de la hembra por el chasquido.


Este fenómeno, que describe como los individuos evolucionan para responder a una preferencia preexistente, es bastante común en la naturaleza y se lo denomina “explotación sensorial”. También se da en los humanos y puede llegar más lejos de lo que podáis pensar. Tal vez os preguntéis ¿Que tiene que ver una rana conmigo. Todo un Homo Sapiens con el cerebro en la cumbre de la pirámide? Pues seguid leyendo, seguro que os sorprenderá el siguiente ejemplo: La evolución del osito de peluche

Konrad Lorenz, considerado uno de los fundadores de la etología moderna, afirmaba que los animales adultos presentan lo que él llama “instinto infantil” y se sentían particularmente atraídos hacia los individuos en fase de crianza, a los que tienden a proteger y cuidar, que comparten ciertos rasgos comunes: Cabeza grande, frente alta, ojos grandes, nariz pequeña y patas cortas.

 

El osito de peluche original tenía patas largas y nariz puntiaguda, sin embargo, con el tiempo,  sus narices se fueron volviendo más chatas y sus frentes más altas; de modo que evolucionaron para parecerse cada vez más a los rasgos descritos por Lorenz. Sorprendentemente, los bebés no muestran preferencia por los rasgos infantiles, pero sí la muestran los adultos, siendo estos últimos los sometidos a la explotación sensorial y, por qué no decirlo, comercial. Todo un ejemplo de la implicación de los mecanismos biológicos subyacentes en algo tan aparentemente cultural como la forma de un juguete. Seguro que, tras conocer esto de la explotación sensorial, miran con otros ojos el éxito aparentemente inexplicable de esos muñequitos cabezones llamados funko-pops.


Pero volvamos con las ranas, pues no es oro todo lo que reluce. Adornar los cantos con chasquidos parece una gran ventaja evolutiva: energéticamente tienen un coste muy bajo y multiplica por cinco las posibilidades de reproducción; por consiguiente, los machos deberían emitir tantos chasquidos como pudieran y cuanto más tiempo, mejor. Sin embargo, los machos de la rana túngara se muestran reacios a introducir chasquidos en sus cantos: aunque los más animosos pueden emitir hasta siete, la mayoría, emiten solamente uno o dos. A veces, incluso, las hembras -para quienes los chasquidos son tan deseables- golpean al macho reticente, que no emite ninguno, hasta que cede ¿Por qué parecen los machos tan reacios a emitir chasquidos?

La respuesta podemos encontrarla en otra especie: El murciélago de labios de flecos. Este murciélago, al igual que las hembras de la rana túngara, se siente especialmente atraído por los chasquidos de los machos, pero por otros motivos no tan celebrados como el amor; digamos, que va directamente al banquete: Las hembras oyen un galán irresistible, los murciélagos oyen un apetitoso festín. 


Estos murciélagos, presentan un subconjunto de neuronas sensibles a la baja frecuencia del croar de la rana, como si hubieran añadido un modulo especial detector de ranas a su hardware de serie. No resulta extraño que los machos de la rana túngara, enfrentados a una difícil disyuntiva, sean tan reticentes a adornar su canto con chasquidos: Los chasquidos atraen a la vez a las hembras y a la muerte. No se me ocurre, en un marco evolutivo, decisión más comprometida.

Resulta asombroso considerar como estas especies se han entrelazado y forjado sus relaciones: Una rana ancestral desarrolla unos oídos que favorecen las frecuencias de 2130Hz. Los machos de rana túngara, aprovechan esta preferencia añadiendo chasquidos a sus cantos. Los murciélagos de labios de flecos, se sirven de un subconjunto de neuronas específico, capaz de detectar las bajas frecuencias de los chasquidos -inusualmente bajas para un murciélago- para detectar los chasquidos y procurarse el sustento. Un ejemplo de como la evolución entrelaza preferencias y comportamientos en los animales, unos conceptos que los humanos bien podríamos llamar, belleza y cultura.

La percepción de algo bello o la comprensión de una información se forma en el cerebro, pero antes, la esencia de la belleza o la información, debe pasar por un proceso de transducción a respuestas neuronales por parte de los órganos sensoriales del sujeto (ojos, orejas, narices…) Estos son los portales a través de los cuales las sensaciones llegan al cerebro. Como hemos visto en nuestro ejemplo, los órganos sensoriales de las especies -incluida la humana- están calibrados para ser más sensibles a unos estímulos que a otros y desarrollan sus preferencias estéticas y comportamiento a partir de sus propios sistemas sensoriales.

Nuestros sistemas sensoriales, por tanto, están en la base de nuestras preferencias estéticas y también culturales.


Puede que algún lector, llegado este punto, tuerza el gesto. ¿No nos bombardean continuamente con la idea de que el comportamiento está determinado por la cultura? Es un debate que viene de antiguo y se remonta, al menos, a la antigua Grecia. Protágoras de Abdera, conocido por su celebérrima frase “El hombre es la medida de todas las cosas”, fue de los primeros (al menos, en dejarlo por escrito) en tomar una perspectiva que cuestionaba la idea de una naturaleza fija humana y sugerir que el hombre es, en gran medida, moldeado por su entorno y experiencias. Desde entonces, se han escrito ríos de tinta en un debate enconado sobre la pregunta de si un comportamiento observado se debe a la naturaleza o a la crianza, o si un determinado rasgo nace o se hace. Debate que llega hasta nuestros días con profundas implicaciones en el planteamiento de políticas sociales. 

De un lado del ring, el innatismo, que sostiene que ciertos rasgos del ser humano como la personalidad, habilidades cognitivas y predisposiciones, son innatos y están predeterminados por la biología. Esta teoría defiende que las características básicas y esenciales del ser humano están presentes desde el nacimiento y son productos de la herencia biológica. Esta postura estará en la base de la gramática universal de Chomsky y la teoría de la mente.

Del otro lado, el ambientalismo, que sostiene que el desarrollo y formación del ser humano se ven principalmente influenciados por el entorno, la educación y la experiencia; enfatizando así la importancia de la cultura, la crianza y las interacciones sociales en la configuración de la naturaleza humana. Esta postura estaría en la base de la tabula rasa de Locke y el conductismo de Skinner.

¿Quien lleva razón? ¡Vaya jaleo! 

La literatura científica está llena de ejemplos de como las características innatas y mecanismos biológicos de los animales, incluidos nosotros, influyen en todos los aspectos de nuestra vida, desde el desarrollo individual de un canto, hasta la forma de los ositos de peluche que fabricamos para enternecernos. También abundan los ejemplos de la importancia decisiva de la influencia de los factores culturales y ambientales. Como el famoso caso del niño salvaje Victor de l´Aveyron, encontrado en Francia en 1797 y que vivió aislado durante su infancia sin contacto con humanos. El médico que intentó enseñarle a hablar y que aprendiera las normas sociales, terminó frustrado y nunca consiguió que adquiriera más que rudimentos del lenguaje ni que adoptara un comportamiento aceptable por la sociedad de su tiempo. Lo que constató la importancia de la educación, contacto social y el ambiente en edades tempranas; así como dejó patente la existencia de límites. (Si bien, algunos postulan que Victor, en realidad, era autista)


Como suele ser común en estas luchas de teorías que parecen contradecirse, la realidad acaba imponiéndose en una línea difusa entre los extremos capaz de, sino explicar, al menos conciliar ambos, siendo las más aceptadas aquellas que reconocen la existencia de predisposiciones innatas configuradas por la herencia genética en un marco de plasticidad neuronal, susceptibles, en mayor o menor grado, de ser influenciadas por las experiencias y el ambiente. Un ejemplo clásico para ilustrar estas posturas es la de una persona con la dotación genética necesaria para ser alto, pero que mal alimentado, jamás llegará a serlo o viceversa, una persona con una dotación de genes que le hacen ser baja, no conseguirá ser más alta que el límite impuesto por la genética, por más que coma.

Nuestra rana túngara nos ha iniciado en un viaje que partió de preguntarnos por la variedad, evolución y origen de sus cantos para terminar con el candente debate que aun llega a nuestros días sobre las causas de nuestros comportamientos resumido en la frase ¿Nace o se hace? Con tanta influencia e importancia hoy en día en el planteamiento de políticas sociales. en el camino hemos parado en las estaciones de las preferencias biológicas que determinan los gustos sociales y en la importancia de la educación y cultura en el desarrollo del comportamiento. 

Si lo he hecho bien, tendrán ustedes más dudas que antes y tomarán con extrema cautela las afirmaciones de quienes sostienen que todo es un constructo social que puede solucionarse educando en las más variadas ocurrencias para justificar sus prejuicios; así como a quienes hacen lo propio, apoyándose en una interpretación errónea y sesgada de la biología. No es asunto baladí: Las peores atrocidades documentadas de la humanidad se han justificado por los representantes de uno u otro extremo.

Termino, no sin posicionarme en este debate para que nadie me acuse de tirar la piedra y esconder la mano. Para ello hago mía la frase que recoge Frans de Waal en su libro “Diferentes”: 
“Preguntarse si un comportamiento observado se debe a la naturaleza o a la crianza, es como preguntarse si los sonidos de percusión que oímos en la distancia son producidos por un tambor o por un percusionista”.
Y es que, como aprendimos leyendo a Robinson Crusoe enfrentándose a sus contradicciones: Optar de manera radical por uno de los polos es un error. Solo en el conflicto entre opuestos nos es dado capturar algún destello de verdad.