Por fin, el sol del estío ha caído tras el cerro San Gregorio. Con las primeras estrellas la escolopendra sale de su hogar, cuyo tejado de yeso veteado de brillantes cristales, producidos por la erosión del agua y el viento, a modo de irregulares tejas, la ha guarecido de las calurosas y peligrosas horas centrales de los días de Agosto. Al abrigo de las piedras, encuentran un hogar lo suficientemente húmedo y oscuro como para sentirse protegido. Hace millones de años eran temidos, su estirpe alcanzó tamaños capaces de amedrentar al más temible de los seres vivos, pero actualmente, los Quilópodos escolopendromorfos, como así les llaman, no suelen superar los 30 cm. Son expertos y voraces cazadores, diseñados para la incursión y el ataque por sorpresa, planos, extremadamente articulados, ágiles y veloces, no dudan en registrar cada hueco, cada grieta o recoveco de sus tierras en busca de otros insectos, caracoles, e incluso pequeños mamíferos, que convertir en presas con las que alimentarse. La diferencia entre predador y presa, en su mundo, la dicta solamente el tamaño.
Scolopendra cingulata, la escolopendra más común de la península Ibérica, a las que los hombres vulgarmente suelen llamar ciempiés, posee dos potentes forcípulas, a modo de colmillos, con las que inyecta veneno a sus presas asegurando la efectividad del ataque. En el dorso de cada segmento, se le puede apreciar una banda transversal, que la distingue, cual si de pinturas de guerra se tratara.
No gustan de hacer amigos, siendo legendarias su desconfianza y agresividad, aunque si se ven sorprendidas por un peligro inminente, ya sea real o figurado, su instinto de supervivencia las impulsa a huir, buscando cobijo en la primera grieta del terreno que encuentren y solamente ante una imposible huída o intento de contacto atacaran al incauto que, independientemente de sus intenciones, tenga la mala fortuna de acercarse demasiado.
A pesar de todo, las hembras cuidan de sus puestas con gran esmero, a fin de preservarlas de la voracidad de quien las encontrase apetecible o de la invasión algún hongo que guste de crecer sobre su futura prole. Para ello se alejan lo justo de los huevos y los asean con frecuencia, demostrando que la ternura y la ferocidad pueden convivir cuando de una madre, al cuidado de sus hijos, se trata.
En ocasiones, como la protagonista de nuestra historia, durante sus incursiones nocturnas de caza, rastreando el terreno tras alguna presa, sus 31 pares de patas la llevan a los pasillos de alguna casa habitada por el hombre. Si tiene suerte pasará desapercibida, alcanzará su presa y regresará a cotos más fructíferos. Si la llegan a sorprender, consciente de la peligrosidad del ser humano, intentará huir y esconderse en el primer refugio disponible. De no ser posible, dependiendo de la sensibilidad de quien tenga enfrente, probablemente, como ha sido el caso de nuestra protagonista, terminará cautiva. Y aunque su "picadura" es dolorosa, no se conocen muertes humanas, por lo que de ser mordidos por una de ellas, debemos mantener la calma y acudir al médico mas cercano, que seguramente nos administrará un cóctel de antihistamínicos, calmantes y antiinflamatorios.
Nuestro personaje de hoy, esta Scolopendra cingulata, de aspecto tan temible como bella, la encontró nuestra vecina Luz Divina en el pasillo de su casa y me la hizo llegar. Debe de haberle echado mucho valor, sabiendo el miedo que la dan "los bichos" por lo que la estoy muy agradecido. Es un ejemplar bellísimo. Afortunadamente, tras una pequeña sesión fotográfica volverá a su ambiente natural, acabando su aventura con un final feliz.
Así que ya sabeis, si en vuestros paseos os encontráis con la Scolopendra cingulata, más conocida como Ciempiés, sabed que os encontráis ante uno de los cazadores nocturnos más antiguos que viven en nuestros campos, estaban aquí mucho antes que nosotros, diseñados de tal forma que, durante millones de años, han conseguido sobrevivir a innumerables adversidades y cambios ambientales. Sin duda, una joya de la naturaleza.
En ocasiones, como la protagonista de nuestra historia, durante sus incursiones nocturnas de caza, rastreando el terreno tras alguna presa, sus 31 pares de patas la llevan a los pasillos de alguna casa habitada por el hombre. Si tiene suerte pasará desapercibida, alcanzará su presa y regresará a cotos más fructíferos. Si la llegan a sorprender, consciente de la peligrosidad del ser humano, intentará huir y esconderse en el primer refugio disponible. De no ser posible, dependiendo de la sensibilidad de quien tenga enfrente, probablemente, como ha sido el caso de nuestra protagonista, terminará cautiva. Y aunque su "picadura" es dolorosa, no se conocen muertes humanas, por lo que de ser mordidos por una de ellas, debemos mantener la calma y acudir al médico mas cercano, que seguramente nos administrará un cóctel de antihistamínicos, calmantes y antiinflamatorios.
Nuestro personaje de hoy, esta Scolopendra cingulata, de aspecto tan temible como bella, la encontró nuestra vecina Luz Divina en el pasillo de su casa y me la hizo llegar. Debe de haberle echado mucho valor, sabiendo el miedo que la dan "los bichos" por lo que la estoy muy agradecido. Es un ejemplar bellísimo. Afortunadamente, tras una pequeña sesión fotográfica volverá a su ambiente natural, acabando su aventura con un final feliz.
Así que ya sabeis, si en vuestros paseos os encontráis con la Scolopendra cingulata, más conocida como Ciempiés, sabed que os encontráis ante uno de los cazadores nocturnos más antiguos que viven en nuestros campos, estaban aquí mucho antes que nosotros, diseñados de tal forma que, durante millones de años, han conseguido sobrevivir a innumerables adversidades y cambios ambientales. Sin duda, una joya de la naturaleza.
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