Macroglossum stellatarum (Foto cedida por Gustavo Javier Álvarez Vázquez) |
A finales de febrero, el invierno cede ante una primavera que no tardará en llegar; el almendro, de los primeros en florecer, atrae a los polinizadores que aprovechan los precoces días de temperaturas suaves para recobrar la actividad. Los paseantes, aunque sin guardar la rebeca, rescatamos la manga corta del fondo del armario, en campos y jardines despiertan las primeras flores, las flores se colman de néctar y el aire se salpica de vuelos y libaciones. Hoy os quiero presentar un animal de especial belleza que ya podemos encontrar en nuestros paseos: el Macroglossum stellatarum o Esfinge colibrí. Un animal bello, capaz de embellecer lo bello y que, como otros polinizadores, tiene una historia que contarnos.
Los lepidópteros de la familia Sphingidae, o esfinges, toman su nombre del parecido de la pose de sus orugas, con cabeza y tórax erguidos, a las famosas estatuas egipcias que guardan el camino a los templos o al animal fantástico que aterrorizaba Tebas y fue vencido por Edipo en un duelo de singular ingenio. El nombre vernáculo de nuestra protagonista de hoy “esfinge colibrí", hace referencia al parecido de su vuelo con el de los colibríes y, además, su nombre científico hace referencia a dos cualidades características de su género y especie, pues Macroglossum significa "Lengua larga" y stellatarum hace referencia al género de plantas Stellaria, del que su larva gusta de alimentarse.
A diferencia de otros esfíngidos, familia predominantemente nocturna, nuestra mariposa de hoy es de hábitos diurnos, razón por la que podemos admirar la belleza de su vuelo en nuestros paseos por el campo o sesteando en el jardín; aunque, sin duda, merece mayor admiración por una de las cualidades que comparte con otros tantos insectos: el ser un gran polinizador. Su vuelo no solo deleita nuestros ojos y embellece nuestros paseos, también lleva la vida de flor en flor, fecundándolas con sus libaciones y propiciando su fructificación.
Si alguien quiere conocer el significado de renacer, no hay mejor forma que un paseo por el campo a finales del invierno cuando el campo reverdea, los almendros florecen y los insectos despiertan. Uno no puede evitar pensar en Perséfone preparando el viaje a la superficie y la alegría contenida de Deméter que empieza a desbordarse por los campos mientras anticipa el abrazar de nuevo a su hija: Un verdadero Renacimiento; renacimiento que dejaría mucho que desear sin el trabajo de los polinizadores, que, libando de flor en flor, aseguran las semillas de la próxima primavera.
La importancia ecológica (y económica) de los polinizadores actualmente está fuera de toda duda, estimándose en algunos estudios que el 75% de los 111 principales cultivos agrícolas dependen en mayor o menor grado de los animales para la polinización. La almendra en que se convertirá la flor que liba nuestra amiga de la foto, podremos comerla gracias a ella y esto es algo que ya sabían los antiguos y sobre lo que incluso dejaron escritos consejos morales. Recuerdo la frase con la que el Padre Arias nos amonestaba cada vez que nuestra curiosidad infantil nos hacía meter la nariz donde no debíamos, o nuestra ignorancia frecuentar malas compañías: “Sed como las abejas que van de flor en flor, y no como las moscas que van de mierda en mierda”. Un consejo que, peinando canas, he dado en más de una ocasión a mis propios hijos y que bien podría decirse refiriéndose a nuestra esfinge colibrí: “Sed como la esfinge colibrí que va de flor en flor…”
Aconsejar a la juventud con metáforas de polinizadores no es de ahora. Ya Francesco Petrarca, quien inició el renacimiento y padre del humanismo, hace referencia en su carta 8 del libro I de sus epístolas familiares a Virgilio, autor de las bucólicas, para escribir a un joven que le pide consejo:
“Estas explicaciones son las que he tenido a bien darte sobre la imitación de las abejas, a ejemplo de las cuales, de todas las cosas que te salgan al paso, guarda las más exquisitas en la colmena de tu corazón, adminístralas con el mayor cuidado y conservadlas con tesón de modo que ninguna si es posible se te pierda. Y ten cuidado no vaya a ser que dentro de ti continúen demasiado tiempo siendo iguales que las cosechaste: ninguna gracia tendrían las abejas si no transformaran lo que encuentran en otra cosa mejor.”
El renacimiento marca el fin de la edad media y el inicio de la edad moderna. El redescubriendo de los textos y valores de la cultura clásica griega y romana supuso el abandono paulatino de la mentalidad dogmática de la edad media por una visión más libre del mundo y la naturaleza: Cicerón, Séneca, Virgilio, Lucrecio… fueron las flores que libaron Petrarca, Dante, Bocaccio y tantos otros primeros humanistas; el dogmático invierno medieval dio paso a la primavera renacentista. Petrarca se veía a si mismo como una abeja de flor en flor (de clásico en clásico) y aconseja guardar las cosas más exquisitas “en la colmena del corazón”, pero no guardarlas eternamente inamovibles, como el avaro su pecunia bajo el colchón, sino que lo conmina a que lo transforme en algo mejor: En miel como la abeja, dice Petrarca; en frutos, como nuestra esfinge, añado yo.
Así que ya sabéis, si en vuestros paseos en un día soleado de finales de febrero, ante el reverdear del campo y las primeras flores veis una mariposa hipnótica, con un vuelo parecido al del colibrí que va libando de flor en flor, sabed que estáis ante la esfinge colibrí, un gran polinizador que, al igual que los primeros humanistas, va de flor en flor, transformando el néctar en fruto para alumbrar el Renacimiento. No esta nada mal para un paseo ¿Verdad?